Israel: Democracia formal, democracia participativa.

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SERGIO GERSZENZON*

 

En una nota anterior publicada en «Tesis 11», señalaba que «la descomposición social en Israel…todavía no encuentra la respuesta necesaria en el seno de esa misma sociedad».
Deseo aquí apuntar ciertos acontecimientos que podrían dar alguna señal de movimiento en ese sentido. Existe una disposición oficial que ha creado una Comisión Especial, conformada, en lo fundamental, por funcionarios del ministerio de Finanzas y representantes de los estamentos médicos.

Su función es producir, año tras año, la actualización de los medicamentos que recibirán subsidio en el marco del seguro nacional de la salud. En las últimas épocas, tal función se ha ido deteriorando constante y progresivamente; en particular, en relación a la incorporación de nuevos productos y, muy en especial, a aquellos que innovan terapias que apuntan a enfermedades importantes, como el cáncer, cuyo carácter principal reside en su alto costo.

La tirantez en tal deterioro ha llegado al punto de que conspicuos médicos han ido renunciando a dicha Comisión, con la expresa argumentación de que su tarea es saboteada y neutralizada por la acción de los tecnócratas de las finanzas. Recientemente, se ha constituido una comisión, mal bautizada como de «alternativa», en la que participan no sólo representantes médicos sino asimismo conocidos científicos en economía y que es presidida por una prestigiosa ex jueza de la suprema corte. Ella misma subrayó en declaraciones públicas que no se trata de un resorte alternativo sino de una seria propuesta de ‘colaboración’, traducida por intérpretes políticos como de desenmascaramiento de la falacia de los argumentos enarbolados por quienes se autodenominan, «responsables en materia de finanzas».
Al comienzo del actual período escolar, el gremio de maestros del nivel medio y secundario de la enseñanza pública, ‘obligatoria y gratuita’, se lanzó a una huelga general por tiempo indeterminado.

El paquete de reclamos de la misma consistía en: actualización drástica de sueldos (deteriorados por varios años y recortados por anulación de pago de ‘horas extras’); reducción de la cantidad de alumnos por aula (de más de 40 a 20); ampliación de horas de clases (son muy pocas las escuelas en que las mismas superan el horario del mediodía); al principio la demanda de los maestros no contó con el beneplácito de la opinión pública, en particular de los padres, afectados por el trastorno familiar. Durante el período de la huelga, de más de tres meses, ello se fue revirtiendo hasta culminar en un acto público que concentró a 100.000 personas. Allí pusieron el acento en que el carácter de la huelga excedía el nivel de reivindicaciones sectoriales para alcanzar el de una auténtica lucha popular.

También desde hace dos meses los docentes universitarios entablaron una huelga, con iguales banderas, desenmascarando espurios conceptos, como la necesidad de cuidar el equilibrio del presupuesto público.
Y la representación de los estudiantes se solidarizó en defensa del nivel de enseñanza académica; como ser la «huída de cerebros» hacia centros universitarios americanos y europeos; que se suma a la gran dificultad, casi insoportable, de miles de estudiantes pagando aranceles exorbitantes y obligados a trabajar a tiempo completo.
Como consecuencia inmediata del «fracaso» de la llamada 2ª. guerra del Líbano, se produjeron violentas y anárquicas reacciones en distintos ámbitos de la sociedad israelí. Fue evidente que la guerra, ni siquiera fue declarada formalmente; el supuesto no confirmado y desde ya no la única causalidad del ex abrupto político y militar, radicó en que podría evitar el reclamo de indemnizaciones tanto dentro del Estado como en el orden internacional; digo, esa guerra desnudó el resquebrajamiento institucional.

Una clara repulsa surgió de distintos estratos de la población englobada en la categoría de reservistas del ejército, que representan hasta el 10% de la ciudadanía activa. Los despropósitos, en una enumeración no taxativa, fueron los de enviar al frente a veteranos que no habían participado en ejercicios desde hacía varios años; que las convocatorias se produjeron sin la organización mínima, a tal punto que se dieron muchos casos de falta de aprovisionamiento elemental –agua, víveres, pertrechos militares-; hubo casos en que la concentración no contempló el menor cuidado, sufriendo bajas antes de entrar en combate; las incursiones en suelo libanés no tuvieron el apoyo logístico necesario para sostener la lucha, quedando a merced del «enemigo»; no se dió que los jefes intermedios encabezaran las tropas.

La última comprobación del desquicio políticomilitar consistió en enviar tropas al Líbano en el momento
del debate en el Consejo de Seguridad de la UN, a efectos de «ganar terreno ante la eventualidad de que hubieran negociaciones»; con lo que el último contingente de muertos y heridos se adjudicó, erróneamente, como de «decisión gratuita».
En tal marco, numerosos veteranos se «soliviantaron»; una mayoría relativa reclamó la inmediata renuncia del gobierno y de la plana mayor del ejército; en la práctica todos reclamaron una profunda investigación a todo nivel y con la garantía de personas de absoluta confianza, de relevancia pública y exentos de mancha alguna. Los hechos confirmaron que distintos puntos de vista confluyeron en un intento de vincular la dramaticidad de la circunstancia con la realidad patente de descomposición social en los estratos representativos.

Hoy, a 20 meses del fin de esas hostilidades militares, subsisten esfuerzos por consolidar tal perspectiva:
en la última sesión de la Comisión de Defensa del parlamento, irrumpieron de viva voz representantes de los reservistas, de entre 25 y 40 años, puntualizando tales reclamos.
Es necesario puntualizar que ha llegado a difundirse la concepción de que la dirigencia política estaría «cautiva» del conjunto de tecnócratas que imprimen su filosofía a las finanzas públicas; cuando un
análisis riguroso revela que se trata, precisamente, de lo contrario: un designio estricto en lo político, en que se da el ensamble de ambas funciones, al servicio de otros intereses, con facilidad detectables.
Los hechos señalados pueden considerarse como un, todavía tímido, intento de movilización de fuerzas sociales, tanto de reclamos legítimos, como de comprensión de que se incluyen en un nivel superior, cual es el de la postración general de los más amplios sectores de la sociedad israelí; los alarmantes

porcentajes de la población sumidos debajo de la línea de pobreza, en particular de la niñez, en lógica incidencia superior a la estadística general; el deterioro en las condiciones de labor de los estratos culturales
y artísticos, dada la casi total privación del estímulo a cargo de las finanzas públicas.
Todo ello, no por casualidad, en el evidente divorcio entre la mayoría de los partidos políticos y el pueblo en ejercicio del «derecho» al voto.
Aún en expresiones esporádicas e individuales, se han ido percibiendo otras voces, idóneas y representativas, que apuntan a lo que calificamos de ajuste de las formas de democracia.
O sea, hacia una democracia más participativa.

Por Sergio Gerszenzon * Psicoanalista, escritor, actualmente reside en Israel.

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