Hacia donde vaya Brasil, irá Latinoamérica.

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(Latinoamérica)

Juan Carlos Chaneton*

Desgranamos estas líneas cuando faltan 22 días para el 5 de octubre, fecha de las presidenciales en Brasil.  Y si miramos un poco hacia atrás advertimos que insinúan desdibujarse algunos vaticinios  y cierta expectativa esperanzada de los sectores vinculados a la restauración conservadora.

Allá por la tercera semana de agosto, Ibope, Datafolha y otras encuestadoras daban ganadora a Dilma por poco en primera vuelta y unánimemente derrotada por cinco o seis puntos en la segunda.

Sin embargo, los melones se han ido acomodando solitos durante el viaje. Anteayer, 11 de septiembre, la alemana agencia DPA consignaba, en un cable reproducido por el diario argentino La Nación, que el “ballottage” arrojaba un empate técnico entre la derechista Marina Silva y la candidata del Partido de los Trabajadores (PT), la actual presidenta Dilma Rousseff. La medición corrió por cuenta de Vox Populi y daba el 42 % de los votos a Silva y el 41 a Rousseff en la segunda vuelta que, eventualmente, tendría lugar el 26 de octubre. Ello ha ocurrido en dos semanas y todavía faltan 20 días para las elecciones. Que los diarios de la derecha difundan la probabilidad de una segunda vuelta empatada es significativo porque, hace poco, la dinámica de este proceso electoral, para esos medios, era clara: Dilma ganaba por poco en la primera y perdía, sin atenuantes,  en la segunda.

Lo cierto es que el escenario brasileño habilita, entre otros, por lo menos tres tópicos para el análisis.

En un primer capítulo es posible avanzar en señalamientos acerca de las causas por las cuales el PT se halla, al parecer, en proceso de superación de los aspectos negativos que, sobre su gestión, insinuó percibir el electorado, sobre todo después de la trágica muerte de Eduardo Campos, el candidato del Partido Socialista al que reemplazó Silva.

En segundo lugar, se impone una descripción de los programas, políticas e ideologías que, a estas horas, se hallan compitiendo, en el seno de la sexta economía mundial, con miras a las elecciones del 5 de octubre.

Y, por último, no deberemos soslayar, aunque sea en forma somera, un diseño de las perspectivas y del futuro que aguardan a los procesos soberanistas de Centro y Sudamérica.

Dilma contraataca.

Respecto del primer punto decimos que los indicadores económicos han sido coincidentes, en el último mes, en señalar un repunte de la economía brasileña, que habría crecido un 1,5 % en julio, según datos del Banco Central con sede en Brasilia. Ello siempre tiene su correlato, aun cuando pueda variar su dimensión, en el plano electoral.

El dato contrasta de modo positivo, además, con los dos últimos trimestres, en que Brasil tuvo crecimiento negativo: -0,2 % en enero-febrero-marzo y -0,6 % en abril-mayo-junio.

A eso se suma el giro enérgico y claro que Dilma ha impreso a su campaña de denuncia de la candidata de la derecha. La actual presidenta ha puesto el foco en debilidades ideológicas de Silva, demasiado estridentes como para que un electorado sinceramente preocupado por la corrupción y por el mejoramiento constante de su calidad de vida, no las tome en cuenta a la hora de votar.

En ese sentido, Rousseff ha sido muy precisa al rechazar la autoridad moral de Silva para erigirse en juez de la ética y las buenas costumbres. La presidenta, lejos de negar la corrupción, ha dicho que a ésta se la combate con políticas públicas y voluntad de transparencia, lejos de todo oportunismo electoralero. Los corruptos de Petrobrás –si es que existen- ya existían cuando Marina Silva era miembro del gobierno del PT. Marina Silva  -dice Rousseff-  militó durante 27 años en el partido de gobierno y en 27 años no vio nada. Lo ve ahora, cuando necesita los votos. Es una manera precisa y lapidaria de llamarla mentirosa y oportunista. Rousseff dice la verdad.

También ha pasado al ataque decidido y sin ambages Dilma Rousseff en un tema por cierto sensible para el votante: Brasil, por su estatura estratégica y su presencia como actor de envergadura en los asuntos mundiales, no puede permitirse tener un presidente cuyas decisiones más importantes son tomadas entre bambalinas y por detrás suyo, convirtiéndose, de este modo, en mero ejecutor de deseos y políticas de decisores ocultos. Es justamente eso lo que  se desprende de las declaraciones de Rousseff, cuando afirmó que “un presidente de la República precisa saber lidiar con una presión muy grande y no puede temer cualquier twitter”, verdadero golpe del cual Silva todavía no se recupera y que aludía a las exigencias que el pastor Silas Malafaia le hizo llegar a la candidata a través de las redes sociales y que obtuvieron el efecto esperado por el religioso: Silva abandonó todas  sus anteriores posiciones sobre la colectividad LGTB (NR:  Lesbianas, Gais, Transexuales y Bisexuales) y se pronunció por políticas de sesgo discriminatorio y represivo respecto de los homosexuales, el aborto y las drogas.

En línea con esta crítica, Dilma también se halla advirtiendo, por estas horas, al electorado de su país, que Brasil no se puede gobernar sin estructura política propia y extendida territorialmente. Se trata de otra carencia de Mariana Silva, pues su Red de Sostenibilidad (verdes) aliada al Partido Socialista Brasileño (PSB) es un precario maridaje volátil y efímero que, seguramente, caducará después del acto electoral. Es la gobernabilidad lo que está en juego, y Marina Silva y la iglesia pentecostal no garantizan ninguna contención, encauzamiento ni satisfacción de las demandas sociales.

Silva es la derecha.

Es la derecha, sin dudas. Nada nos libra y nada más queda sino caracterizar de este modo a la candidata “verde”. Vaya el homenaje al fundador de Soda Stereo acompañado de menos poesía pero de más argumentos.

Que el Financial Times  se congratule de la “feliz” irrupción de Silva para disputarle el gobierno al PT ya es todo un signo de los puntos que calza la “ecologista” que hizo su presentación en sociedad como hija de campesinos caucheros y discípula de Chico Mendes, aquel mítico militante social asesinado por latifundistas. El FT  celebra y alza las copas en su edición on line de  los últimos días de agosto.

También acaba de llorar, Silva. La agencia EFE, citada por el diario El País de Montevideo (edición del 13/9/14), consigna que en un reportaje para Folha de Sao Paulo la candidata de la derecha soltó lágrimas de tristeza y desazón pues había tomado como ataque personal las críticas que Lula viene haciendo a sus posiciones políticas.

Ocurre que “doña Marina” –como le dice Lula-  dejará que el petróleo presal  -esa inmensa riqueza que el gobierno del PT se dispone a explotar-  duerma bajo tierra, pues de ese modo mantiene frescos y lozanos sus pergaminos “ambientalistas”. Lo cierto es que Estados Unidos no tiene ningún interés en que el presal sea explotado con los criterios soberanistas de un gobierno PT. Es mejor esperar tiempos favorables para poderle echar mano al yacimiento. La posición de Silva es funcional al interés del enemigo anglosajón.

También es una vieja reivindicación del capital financiero internacional la “autonomía” del Banco Central. Pero ello significa que el Estado brasileño dejará de tener soberanía sobre sus reservas monetarias y que el flujo de su moneda lo regularán “los mercados”. En todo caso, la independencia del Banco Central es independencia del Estado brasileño y, así, es el pueblo de Brasil el que sale perdiendo. Marina Silva tiene,  también en este punto, posiciones de derecha.

Por otra parte, la campaña de Silva la paga doña Neca Setúbal, dueña el Banco Itaú. Otra perla para el collar de Silva quien, a esta altura de la soiree, mejor haría en ejercitar la franqueza frente al electorado diciéndole que la restauración neoliberal es su programa. Tal vez perdería las elecciones, de ese modo, pero sería una actitud ética irreprochable.

La militante evangélica, que abandonó las filas del PT para iniciar una carrera política personal, ha venido agitando banderas abstractas y vacías de todo contenido tangible. Una de ellas es “contra la deforestación”; otra, “a favor del cambio”. Pero nadie ha cambiado más a Brasil que el PT. Programas sociales como Bolsa Familia, Mi Casa, Mi Vida y Más Médicos han arrancado a 36 millones de seres humanos de la pobreza, la indigencia y la carencia de cobertura de salud. Silva pretende mantener esos programas a condición de que se privaticen. Esto es una involución, pues significa convertir en negocio para el capital financiero lo que es un derecho legal y legítimo de los pueblos y una obligación inexcusable del único actor social que lo puede hacer con eficacia y sin desnaturalizar su esencia: el Estado. Silva trabaja, también en este punto, para la derecha.

Y en cuanto a la “deforestación”: ¿quién custodiaría mejor el Amazonas? ¿Silva, abandonando a su suerte ese inmenso pulmón de la humanidad codiciado por los EE.UU.? ¿O  el Partido de los Trabajadores de Dilma y Lula, que han custodiado las fronteras con presencia militar dejando de lado ofertas estadounidenses que encubrían designios de apropiación de esos recursos naturales? Silva no es el cambio ni lucha contra la deforestación. Silva es funcional a la derecha.

Como último “ítem” de este segundo tópico anotamos el tema de la integración regional, en el cual la  filiación derechista de Marina Silva resulta aún más nítida. Una involución en esta integración sería letal para el Mercosur y para toda Latinoamérica.

Es política permanente de los Estados Unidos dinamitar, de una vez y para siempre, todo el proceso de integración. Ese es el fin de la Alianza del Pacífico (AP) que involucra con los EE.UU. a Chile, Colombia, México y Perú. En el programa de la fundacional “Declaración de Lima” se halla el “libre comercio” el “crecimiento” y la “competitividad”. Estados Unidos no ofrece quitar los multimillonarios subsidios a su producción agrícola pero sí requiere la eliminación de barreras aduaneras para sus productos industriales. La AP es un programa para la miseria de nuestros pueblos y Marina Silva se apresta a involucrar nada menos que a Brasil en esta madeja.

Pero no sólo allí comprometería a Brasil una eventual gestión de Silva. También en el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, conocido como TPP por sus siglas en inglés. Se trata de un acuerdo inspirado en los mismos principios aperturistas que serían letales para las economías de nuestros países emergentes ya que, confinados al rol de proveedores de materias primas y abdicando de su voluntad industrialista, quedarían expuestos al peligro de ingresar en el estatus de países subordinados.

Este TPP, al cual Silva se propone llevar al Brasil, ha puesto a México, Chile y Perú a la zaga de Estados Unidos, Canadá, Japón, Australia y Nueva Zelanda, entre otros.

Hasta hoy, ningún miembro del Mercosur puede celebrar tratados de libre comercio por su cuenta. Debe hacerlo en bloque. Silva derogará esta cláusula de modo que Brasil pueda acordar, en soledad, con la Unión Europea  y con Estados Unidos. El resultado de estas políticas está cantado: la industria brasileña comenzará a cantar endechas de luto y aflicción.

Los cuadros para tal nefasta política, obviamente, no los tienen las iglesias evangélicas de la devota Marina sino “el jefe”, es decir, Fernando Henrique Cardoso  -esa suerte de Felipe González  sudamericano-,  que es partidario de entregar todo lo que sea susceptible de entrega. Se trata de un converso, al fin y al cabo. Y los conversos son los peores pues los mueve el odio a su antigua ideología.

El futuro de los procesos soberanistas.

Alguna vez, Henry Kissinger dijo que “hacia donde se incline Brasil, se inclinará Latinoamérica”. Y nada más que realismo y conocimiento geopolítico de la región inspiraba ese dictamen. El “efecto arrastre” de Brasil viene dado por su estatura estratégica que, como la definió alguna vez Sherman Kent, es la cantidad de influencia que un actor internacional puede ejercer en un contexto en el cual Estados Unidos tiene un gran interés estratégico” (S.K.: “Inteligencia Estratégica”; Pleamar, Bs. As., 5º edición, Buenos Aires, 1994, p. 57).

Esto pone de relieve la importancia de auscultar y calibrar correctamente las posibilidades y perspectivas de los procesos soberanistas en América Latina.

Hoy asistimos a una suerte de equilibrio inestable del campo de fuerzas en toda la región. Con la salvedad de que ese equilibrio inestable es un equilibrio que involucra intereses estratégicos. Esto es lo mismo que decir que lo que está en juego en Sudamérica y el Caribe es la configuración del poder político en la región para las próximas décadas.

Nuestra región enfrenta, en su trashumar histórico y de cara al futuro, un desafío para cuya acertada resolución se requiere la unidad de los pueblos detrás de un programa político y la voluntad y disposición a vencer a los enemigos de estos procesos soberanistas,  lo cual es impensable si no se contemplan construcciones político-institucionales alternativas a las clásicas del demoliberalismo burgués.

De lo contrario, nos veremos obligados, cada cierto tiempo, a atravesar las horcas caudinas de unas elecciones en las cuales se pone en juego todo, es decir,  se pone en juego aquello que no es susceptible de ser puesto en juego.

Estados Unidos nunca somete a escrutinio electoral la forma  de organización de su sociedad. El capitalismo es el programa básico de su Constitución escrita y una costumbre, decantada en acero y piedra, en la Inglaterra del common law.  A nosotros, en cambio, nos interpelan  falencias duras: a menudo, los liderazgos que han parido nuestros procesos  carecen de sustitutos; y entonces esos ausentes liderazgos de reemplazo deberían ser sustituidos por una organización política  de la sociedad y de sus instituciones de nuevo tipo, cuya construcción no es fácil y que sólo podrá lograrse en el marco de la continuidad, la persistencia y la profundización de los modelos soberanistas. Es una contradicción a resolver.

Esto nos ha llevado a una situación como la que hoy vivimos en Brasil: estamos a punto de rifar todo lo hecho pues no hemos podido ganar legitimidad para vencer, con la fuerza organizada del pueblo, a los intereses del gran capital industrial, comercial y bancario, entrelazados en una madeja crematística, mutante y proteica a la que será preciso, algún día, enfrentar más acá o más allá de las urnas.

Ecuador y Bolivia están teniendo mejor suerte en la medida en que la democracia burguesa, allí, ha sido desenmascarada y desmantelada hasta donde ha debido o podido serlo. Sus resabios son percibidos, por una parte sustantiva de esas sociedades, como  rizomas y fragmentos de un sistema de dominación sin legitimidad moral como para reclamar su intangibilidad y su permanencia en el tiempo. En el caso específico de Ecuador, Rafael Correa ha tenido que rever su inicial posición de no aspirar a la reelección como única manera de darle continuidad al proceso revolucionario local.

El mandatario ecuatoriano ya venía con un activo fijo en su favor: la formación de conciencia avanzó en detrimento del envenenamiento cultural, por obra de una legislación muy dura con aquellos concentrados mediáticos que juegan para la desestabilización y el golpe.

En Brasil y Argentina, por caso, esas herramientas no se han podido construir, malgrado los encomiables esfuerzos hechos en ese sentido.

El Foro de San Pablo viene advirtiendo, desde hace varios años, sobre riesgos presentes y requerimientos de tipo estratégico para enfrentarlos. Ya en el XVII Encuentro de Managua señalaba que “… los intereses populares sólo pueden ser defendidos con efectividad si se cuenta con una fuerza política organizada que presente batalla a la derecha, la oligarquía y el imperialismo”.

En Brasil, esa herramienta es el PT pero se trata de un PT que puede perder o ganar las elecciones. Y que, aunque ganara las del próximo octubre, algún día le tocará perder. Ir hacia un modelo político institucional en el que este riesgo haya cesado de existir es el punto duro del desafío al que se enfrentan los pueblos de Latinoamérica. No tenemos las respuestas, está claro. Sólo atinamos a plantear los interrogantes que nos parecen estratégicos.

Y en orden a  describir la constelación de fuerzas que da cuerpo al contexto en el que actúan las fuerzas transformadoras de la región, el mismo Encuentro de Managua ya planteaba: “… Con todo, los éxitos obtenidos en las luchas recientes, no deben llevamos a desconocer el peligro que se cierne ante nosotros con el contra-ataque del imperialismo, la derecha y las oligarquías locales en nuestro continente, a cuyo servicio se encuentran listas a actuar en cualquier momento, las bases militares extranjeras en diversos países y territorios coloniales…”.

Estas transcripciones del documento final del XVII Foro de San Pablo nos llevan al recién esbozado problema de la restauración conservadora. Ahora, en el reciente Encuentro del Foro celebrado en el Estado Plurinacional de Bolivia entre el 25 y el 29 de agosto de 2014, se complementa la descripción del riesgo de este modo: “Como parte de una contraofensiva global del imperialismo y de las derechas, es necesario alertar a los partidos y gobiernos de la región sobre el peligro de la restauración conservadora que se pretende introducir en nuestros países, a través de una amplia gama de instrumentos subversivos dirigidos y coordinados por los Estados Unidos, conjuntamente con organizaciones políticas y sociales de la derecha, corporaciones transnacionales, medios de comunicación, entre otros actores contrarrevolucionarios, que atentan contra los gobiernos que en su opinión constituyen un obstáculo o afectan su interés global…”.

No se refiere, esta declaración, a ningún país en particular, pero se refiere a todos y Brasil es uno de ellos.  La iglesia evangélica pentecostal de Marina Silva es una de esas “organizaciones sociales de la derecha” a que se refiere el Foro de San Pablo.

En octubre, en Brasil, vienen por la restauración  conservadora. El “regalo” llamado Marina Silva apareció cuando la derecha no lo esperaba. Había intentado, esa derecha, iniciar un conato de “golpe blando” durante el mundial de fútbol, y este tipo de golpes siempre constituyen el preludio de las “guerras no convencionales”. Ahora han hecho un paréntesis y vienen por el “cambio de régimen” probando suerte con Marina Silva y el camino electoral. Si les fallara, volverán a las “guarimbas” pero esta vez, en la locomotora de Sudamérica, en Brasil, en ese país que –como decía aquel célebre criminal llamado Henry Kissinger- inclinará a todo el continente hacia el lado al que él se incline.

Cierre.

Alguien que después de haber estado casi tres décadas en la “política” se ofrece luego como la opción “antipolítica”  es alguien que anda en algo sucio. Las sospechas insuflan el hálito vital a transacciones vinculadas a la necesidad del capital concentrado internacional de contar con un candidato “ganador” en Brasil.

Y si Marina no juega para la plutocracia internacional, en ese caso tampoco está en condiciones de hacerse cargo de un país como Brasil, demasiado importante como para dejarlo en manos de una muchacha que parece haber encontrado en la “política” una salida laboral y en el giro a la derecha su personal camino regio hacia el desclasamiento.

En todo caso, su irrupción por derecha, por un lado, deja sin chances al candidato “clásico”, Aecio Neves, del PSMDB (Partido Socialdemócrata de Brasil), que viene en las encuestas con un 15 o 16 % de las preferencias; por el otro, es un obsequio que la ingenuidad o el déficit moral de  Marina Silva hace a los EE.UU. y a la derecha brasileña, que ya se habían resignado a perder en Octubre. Marina revitalizó sus expectativas y el final está abierto.

* Juan Carlos Chaneton, Periodista, Abogado. Autor de varios libros, entre ellos Dios y el Diablo en la Tierra; Argentina, la ambiguedad como destino; La prensa y la Patria; Una revolución es demasiada para un hombre sólo; Zainuco. Colaborador de distintas publicaciones y Diarios Nacionales y del Interior del país.

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