Evocaciones ante un 28 de junio

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GABRIEL CHAMORRO* Evocaciones ante un 28 de junio Scalabrini Ortiz perteneció a una generación que hizo propias las consignas del desarrollo de la industria nacional y la lucha contra el colonialismo dilucidando la historia oficial… El pensamiento nacional se vio ampliamente enriquecido por la obra de este intelectual». (Del decreto presidencial firmado por Cristina Fernández, quien dispuso que 2009 sea el «Año de Homenaje a Raúl Scalabrini Ortiz»).

«Lo afirmo y lo sostengo: los votantes de la urbe portuaria no votaron en forma equivocada, ni se dejaron engañar por treta alguna proveniente de la maquinación de los asesores de imagen de turno. Hay algo que cuesta asumir: perdimos. ¿Estamos entonces, ante una suerte de lamento por el tiempo perdido?, ¿la absoluta certeza y confianza que supuestamente animaba al candidato oficial y junto con la suya, la nuestra, se ha esfumado en un instante? (…) La política señores, es cuestión de hegemonías. No se trata de encontrar la consigna correcta, como cierto afán filológico y exegético que alimenta las lecturas de las patrullas perdidas en la lucha de clases. Mauricio es Macri y por eso fue votado, por los habitantes de la propaganda de jabón en polvo con aroma a lavanda y por los conductores enfurecidos con motoqueros, cartoneros y limpia vidrios que constituyen el aluvión zoológico posmoderno, la prole que se alimenta de los márgenes capitalinos…» (Gonzalo Barciela, «Fiebre amarilla. Crítica de la razón pospolítica», 26 de junio del 2007).

Mayo nos remite de manera inexorable al Plan de Operaciones, al Cordobazo o al Mayo Francés, sin embargo como hombres y mujeres de la política, la coyuntura pre-electoral en contextos y condiciones defensivas, obligan a postergar por un instante necesarias líneas sobre aquellas gestas revistadas. Hoy estando destinados a reunir las unidades dispersas más allá de las optimistas lecturas sobre los guarismos que vayan a hacerse la noche de las elecciones, habrá que atender al neokirchnerismo como una nueva realidad insoslayable. La tarea seguirá siendo reconstruir la malla nacional, popular y revolucionaria que se exige como Patria. No en vano durante las últimas semanas, el gobernador Scioli dispersó elogios en beneficio de sus contrincantes electorales (Página/12, el 14 de mayo, «A dos voces», TN, el 13 de mayo, entre otros).

La UCR y Margarita Stolbizer fueron destinatarios de las generosas palabras de un hombre que hiciera culto de los silencios en épocas de elocuencias y de mediocres acusaciones interpartidarias. Y esas expresiones no tienen síntoma de casualidad. En primer lugar, porque para los sectores dominantes rescatar el sistema bipartidista constituye una empresa esencial y pendiente desde el 2001. El futuro vuelve a exigir de dos partidos mayoritarios que sean capaces de concentrar las respuestas a los reclamos que provengan de los sectores populares. En segundo lugar, Scioli sabe que en la elección que se avecina también se dirime la interna del Partido Justicialista.

Que el llamado PJ disidente no acceda al podio del plebiscito o, a lo sumo figure relegado a terceros lugares, habilitaría al Gobernador a probarse sus mejores trajes en perspectiva del 2011. Y acá si, quienes intenten buscar diferencias entre Scioli, Reutemann, Solá o De Narváez, ingresarán en el ocioso ejercicio diletante, sin mayores logros o beneficio para una praxis política con pretensión transformadora. No obstante, el silencio (al igual que los no dichos, las frases hechas o el poco decir como arma eficaz en procura de la cosecha de votos, hijo bastardo del fin de la historia y de las ideologías fundante de un quehacer político propiciado a partir en los ’90), no es patrimonio exclusivo del actual Gobernador de la Provincia de Buenos Aires. Macri, Solá, De Narváez, Reutemann, tienen lo suyo en esto del no decir, de allí que el kirchnerismo se les haya plantado con la astucia propia de la palabra y en el nombre de la política desarticulante para las derechas. Pero esto ha quedado atrás…

El kirchnerismo en una suerte de fuga hacia delante ha quedado cercado dentro de sus propios límites; atrapado entre las inmolantes fronteras de la «gobernabilidad». Lejos, demasiado lejos de los desafíos que propiciara Raúl Scalabrini Ortiz. Y vale la excusa en decirlo en ocasión de conmemorarse los 50 años de su fallecimiento. Es que la encerrona kirchnerista empezó a diagramarse, allá, por épocas en donde los estrategas del gobierno facilitaran el escenario preelectoral que finalizara con el triunfo de Mauricio Macri en la Ciudad de Buenos Aires. Fue dicho en su momento: «… las principales tareas de las fuerzas políticas que comparten esa lectura, son por una parte, apuntalar la continuidad de esta oportunidad histórica, y por otra sumar representación, gestión y poder político para incidir en la disputa al interior del frente nacional (…) «Pero resulta que el gobierno, parece cerrar la puerta del aumento de representación política para los que así piensan.

Y esto tiene absoluta lógica en una escena donde la coyuntura económica (de relativa bonanza) y la debilidad política de los sectores más concentrados del capital (para construir liderazgos fuertes), no generan batallas políticas intensas (como por ejemplo en Venezuela o Bolivia), donde las mayorías en la calle sean determinantes… ». (Daniel Ezcurra, «Macrocefalia y el ‘nosotros’ porteño. Elecciones y acumulación popular», 1° de noviembre de 2007). A lo cual habrá que sumarle el vicio de origen al concebirse a si mismo, el gobierno, como un reducidísimo grupo de hombres y mujer al timón de las políticas públicas. De manera tal que sin mayorías en las calles (más allá de los episódicos momentos de disputa frente al Partido del Orden en tiempos del putsch sojero), sin políticas de largo alcance y sin cuadros formados al calor de las luchas populares, capaces de enarbolar la bandera de la efímera transversalidad, lo que queda es lo que viene: un kirchnerismo con atenuada legitimada parlamentaria, desgastado y errático.

Puro posibilismo que intentará seguir sosteniéndose en un conjunto de consignas corporizadas, agigantadas y desarrolladas gracias a una oposición miserable y servil. De allí que no aparezca con nitidez la respuesta a ¿qué se defiende o ataca en las elecciones del 28 de junio?: ¿un «modelo»?, ¿un «modelo» político, económico?, ¿un Estado presente?, ¿un Estado ausente?, ¿la integración latinoamericana?, ¿tratar de que el País no sufra en demasía los efectos de la catástrofe financiera mundial? … Como sea, pues, estamos en presencia y futuro de un neokirchnerismo que deberá hacerse cargo de los próximos dos interminables años ya que a la batalla perdida en los Medios, decidió sumarse (y sumarnos) la pérdida de otra, la más importante: la batalla en la calle Ha tenido enorme razón el candidato a diputado por la Provincia de Buenos Aires, Martín Sabatella (Encuentro por la Democracia y la Equidad), cuando dijera que el kirchnerismo se había impuesto un piso alto; exigencia desmedida, propósitos inalcanzables para recorrerlos con ese reducido grupo de hombres y mujeres autorreferenciales. Es que jamás podrá cruzarse el Rubicón con un Partido Justicialista enamorado de su liturgia y de sus peores rostros.

Agradezcámosle, entonces, la inaugural meta propuesta, pero ahora para volver por otras vías y con otros recursos con: «los miles de hombres y mujeres que arribaron a las sucesivas plazas convocadas por el gobierno, provenientes de lo profundo de la argentinidad olvidada, la que transita y recorre los márgenes… Los rostros curtidos son testimonio y programática: es necesario construir poder popular. Voluntad colectiva, el Estado que interviene no es más que la fuerza social que se hace Estado». (Gonzalo Barciela, «Sobre retenciones y defecciones», 31 de julio de 2008).

* Docente (UBA y UPMPM). Miembro de (ISEPCi)

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