El último caudillo radical

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HORACIO RAMOS*

El último caudillo radical

El martes 31 de marzo, a los 82 años, fallecía en Buenos Aires el creador del Movimiento de Renovación y Cambio de la UCR, Raúl Ricardo Alfonsín. Cuando asumió la presidencia de la Nación el 10 de diciembre de 1983 luego de vencer al peronismo en las urnas, su gobierno comenzó un derrotero signado por los claroscuros de una gestión que produjo la formación de la CONADEP y el inesperado juzgamiento de la cúpula
militar de la dictadura;

el traspié severo con la «Ley Mucci» que apuntaba contra la burocracia sindical; un enfrentamiento de campanillas con la Sociedad Rural (fue humillado, silbado atrozmente el 13 de agosto de 1988, pero pudo acusarlos de fascistas); la relación áspera con la Iglesia Católica (concretó el divorcio vincular, increpó a monseñor Medina desde el púlpito); tuvo un comportamiento inadmisible con «Las Madres de Plaza de Mayo» a quienes nunca recibió; y como símbolo de su accionar contradictorio ( «doble discurso», se dijo por esos días), amnistió a militares luego del levantamiento de Semana Santa con las leyes de Obediencia Debida y Punto Final; posteriormente, con lo acontecido en «La Tablada» se puso de manifiesto el repliegue institucional de su mandato.

Por todo ésto, al perder las elecciones de 1987 frente al peronismo renovador, no fue extraño que aquellos
rasgos luchadores se hundieran gradualmente en el ocaso, perdieran identidad y con ésta el rumbo, azotado despiadadamente por un golpe económico desestabilizador (inflación provocada, saqueos), gestado por las corporaciones y por un Partido Justicialista travestido en su esencia y que apostaba todas sus fichas al émulo del Viejo Vizcacha, el sultán de Anillaco. De ese modo, la UCR en caída libre supuso que con Eduardo Angeloz (el personaje que esgrimía «el lápiz rojo del ajuste»), podría detener a un «pejotismo» desatado y
galopando a rienda suelta.

Todo fue en vano. Ya en el umbral de los ’90, el diseño de la Segunda Década Infame exigía que de la entraña del movimiento más importante que diera la Argentina, surgiera el abanderado del neoliberalismo
como ejemplo a seguir en todo el continente. Al vaciar de su contenido a ese vendaval humano nacional y popular, se abrió la puerta para que por ella regresaran, a «paso de ganso», los viejos fantasmas del hambre y la represión.

El funeral

En alguno de sus ensayos, el psicoanalista Eduardo Muller recuerda que «la muerte mejora sólo al que murió. Los que sobreviven, más allá de la catarsis colectiva, siguen siendo lamentablemente los mismos». En efecto, las exequias de Alfonsín, entremezclaron a miles de ciudadanos verdaderamente compungidos por la pérdida del dirigente radical, y a una pléyade de hipócritas que, a lo largo del tiempo, descalificaron las actitudes progresistas que adoptó en muchos momentos el hombre de Chascomús; por ello, hicieron todo lo posible por voltearlo. Al fin lo consiguieron.

De ahí que al ver a «Coti» Nosiglia (socio de Luis Barrionuevo) y a los sobrevivientes de «la Coordinadora» con Moreau y Storani a la cabeza; al rostro seco del responsable de la tragedia del 2001 Fernando De la Rúa y la palabra «dolida» de Hugo Biolcati, presidente de la SRA; el beso astuto de Carlos Menem y la santurronería de Elisa Carrió, junto a la enemiga jurada de los jubilados Patricia Bullrich, este cronista presintió que su corazón aceleraba su ritmo de una manera inusitada.
Por último, observar a Gerardo Morales «trenzando» un enroque en la lista de diputados provincial para aprovechar el apellido del muerto y desplazar a Margarita Stolbizer, muestra a qué nivel se llegó en el montaje político de un día que debía ser de respeto y serenidad.

No obstante, más allá de nuestras profundas diferencias ideológicas, se hace necesario recordar el coraje que tuvo Alfonsín en el inicio de su gobierno, razón por la cual su figura se incorpora a la nómina de quienes a través de su pasión militante trataron de aportar a la búsqueda de un país sustancialmente democrático. Su tenacidad y combate en el seno de su partido por incorporarlo a la Internacional Socialista (cuando aún
ésta parecía tener los objetivos de otrora), indican que él estaba realmente a la izquierda de su propia
organización política. Prueba de lo que mencionamos, y como si fuera una grotesca ironía de la historia,
la dirigencia actual del radicalismo y sus aliados de la Coalición Cívica y del Partido Socialista ( con perdón
de Alfredo Bravo), articulan sus fuerzas para transformarse, sin ningún rubor, en un andarivel más
de la nueva derecha argentina.

* Escritor, integra el Consejo de Redacción de «Tesis11»

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