Entre la incertidumbre y la esperanza

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Revista Tesis 11 (nº 115)

(América Latina/Argentina)

Claudio Esteban Ponce*

Los tiempos de cambio iniciados en la primera década del siglo XXI en Argentina y en varios países de América Latina se vieron afectados por un presente que mostró la reacción conservadora en su faceta más violenta.  La concientización política y la necesidad de reforzar la memoria son premisas fundamentales para evitar el retorno al neoliberalismo.

América Latina fue bautizada en la segunda mitad del siglo XX como el continente de la esperanza. Quienes acuñaron ese concepto tal vez jamás imaginaron que, luego de tanta lucha, de tantos padecimientos plasmados en la explotación, la miseria y la opresión como formas de “violencia institucionalizada”, se lograran intentos colectivos de liberación expresados en la realidad de los albores del siglo XXI. Era una evidencia socio-política que mientras Latinoamérica fuera un conglomerado de países que solo expresaban esperanza, no molestaba ni perjudicaba los intereses de quienes eran los responsables de tantos sufrimientos en el continente.

Si se hace un rápido recorrido por la historia de cada uno de los países de Sudamérica, podría demostrarse sintéticamente que desde la independencia de los imperialismos europeos de España y Portugal, los permanentes conflictos internos fueron el resultado del devenir dialéctico y contrapuesto entre modelos político-económicos de “concentración” y “proyectos nacionales y populares de inclusión”. Los primeros siempre beneficiaron a unos pocos, (oligarquías locales ligadas a intereses extranjeros), y los segundos, (mayorías casi siempre marginadas), los que representaban el reclamos de derechos para las clases populares y la defensa del desarrollo de la Nación. No se intenta con esto apelar a un reduccionismo extremo respecto de los procesos históricos, no refiere este artículo a un debate en ese plano, sino tan solo se propone analizar en una perspectiva histórica la problemática coyuntural de América Latina y Argentina en la actualidad.

El presente del continente latinoamericano y de nuestro país en particular refleja un serio estado de preocupación. Los conflictos internos de Brasil, Venezuela, Ecuador y Chile muestran otra vez que sus oligarquías aliadas a intereses externos tienen por objeto forzar la entrega de la soberanía y excluir de derechos a las mayorías. Los procesos desestabilizadores, engendrados en “fundaciones civiles” que dicen defender la “libertad individual”, no hacen más que esconder o disimular la voluntad de dominación imperialista de EEUU y sus aliados de Europa Occidental.

La República Argentina, sumida hoy en una etapa pre-electoral ensuciada constantemente por la derecha local, no escapa a las vivencias de sus países hermanos. Los continuos intentos de deslegitimar la voluntad popular tiene por objetivo sabotear las elecciones. La mentira, el deseo del mal hacia el “otro” y el odio de los sectores que no soportan un Estado cuya política a largo plazo propuso el desarrollo y la inclusión, dañan la esencia del sistema democrático.

En Argentina es sabido que falta mucho por construir para llegar al desarrollo humano deseado. El camino iniciado en 2003 de forma paulatina al principio, pero con mayor impulso a partir del 2005, mostró un proyecto de país en el que latía la naturaleza peronista de los años cuarenta y cincuenta. Las políticas de desarrollo, la redistribución del presupuesto orientado a la educación, la ciencia y la investigación, las re-estatizaciones de lo privatizado en los años noventa, y la posibilidad de juzgar y castigar a los genocidas del Terrorismo de Estado, enfurecieron a los sectores conservadores y a los grupos concentrados de la economía. El kirchnerismo no pregonó ni realizó una “revolución socialista”, solo intentó una política neo-keynesiana en lo económico y un avance en la profundización de los derechos para mejorar la democracia. Demostró que se podía crecer independientemente del endeudamiento externo, y puso en evidencia la necesidad de defender la soberanía intentando quitar el “yugo” de la “colonización semiológica y cultural” que se había internalizado en la sociedad a través del temor impuesto desde el Terrorismo de Estado. Llevamos 12 años de lucha, de cambios, pero el enemigo aún nos supera en fuerza y poderío. No sería una locura pensar que frente a la imposibilidad de controlar el gobierno o de manipular las instituciones representativas, la derecha conservadora apele a la violencia. No resultaría extraño que en un futuro mediato la vieja alianza entre imperialismos y cipayos entreguistas aboguen para crear las condiciones objetivas y fomentar una guerra civil. Es menester estar atentos ya que el deseo de estos actores económicos y políticos es terminar con las “molestias” que ocasiona para sus intereses una “democracia real”.

En el actual contexto político, previo a las elecciones, Argentina se debate entre dos modelos de país. Como se dio desde los inicios de su historia hoy confrontan nuevamente dos proyectos que se podrían sintetizar en los conceptos utilizados por las consignas de los años setenta, “liberación o dependencia”. La disyuntiva marcaría que, o se profundiza el modelo de inclusión en el ámbito interno y a la vez la autonomía respecto de las presiones externas, o se vuelve a la dependencia absoluta de los años noventa. Ahora bien, se presentan muchas dudas, Scioli no es Cristina, Bein no es Kicillof, la incertidumbre que reina en muchos sectores refiere a la posibilidad de hacer factible la coherencia entre el discurso de campaña del candidato del Frente Para la Victoria y la praxis posterior durante su administración. ¿Por qué creer y votar a un candidato como Scioli? Quizás porque la única garantía de continuidad del kirchnerismo en el futuro mandato se concentra en el vice-presidente y en los espacios que los movimientos sociales puedan seguir ocupando en el nuevo gobierno. El futuro es incierto. Se nos aparece la necesidad de dar un “salto de fe”, un intento de superar la razón para desarrollar la capacidad de seguir confiando en la posibilidad de perfeccionar nuestra convivencia social y política. El contexto internacional no ayuda demasiado, continuar el modelo se muestra como única opción frente al “período de transición” que sobrelleva el sistema capitalista mundial en la actualidad.

Si el ciudadano argentino se detiene a pensar y recordar, ¿Quiénes volverían a elegir a las personas que causaron su ruina? ¿Quiénes votarían a los que tanto daño hicieron a los trabajadores? Quizás la inconciencia y la alienación puedan provocar en muchos seres humanos pulsiones autodestructivas. El problema radica en el olvido, el olvido favorece el desarrollo del “instinto de muerte” en el inconsciente colectivo, y cuando prima el instinto de muerte por sobre el instinto de vida el ser humano elige suicidarse. De todas formas siempre priman los imponderables y la Historia sigue abierta a la intervención de la voluntad del sujeto humano. La experiencia de esto últimos doce años abre un camino de esperanza, la posibilidad de continuar confrontando con los enemigos de afuera y de adentro necesita del aval popular. El compromiso ciudadano es la garantía que dificulta la defección de los dirigentes.

*Claudio Esteban Ponce, Licenciado en Historia, integrante de la Comisión de América Latina de Tesis 11.

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