ECUADOR: Los presidentes huyen, pero el sistema queda.

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Carlos Iaquinandi Castro*

“En el fondo, hay una dependencia real, objetiva, que no se puede romper ni con palabras ni con voluntarismos. Harán falta inteligencia, desarrollo interno, acumulación social tras objetivos comunes, políticas regionales. Y todo ello a partir de la conformación de organizaciones sociales fuertes, independientes, capaces de construir a partir de sus propias experiencias. La esperanza ya tiene demasiados naufragios en América Latina. Y un interminable y doloroso listado de víctimas”. 

El pueblo ecuatoriano consiguió derribar a tres presidentes en nueve años. El último de ellos, Lucio Gutiérrez, subió al gobierno a comienzos del 2003 con el 53 % del voto popular, un programa de reformas estructurales y el apoyo de un amplio movimiento social y campesino. En pocas semanas el anunciado proceso transformador se transformó en políticas continuistas.  Su compromiso de construir un Ecuador soberano desapareció tras su primer viaje a Washington. Amplió la cesión a Estados Unidos de la Base área de Manta sobre el Pacífico,  e implicó aún más a su país en la estrategia imperial en el conflicto interno colombiano.

 

La base social que sustentó su candidatura se transformó en oposición y los ministros ligados a los sectores populares abandonaron el gobierno. Lucio Gutiérrez, el coronel que en enero del año 2000 se unió a la revuelta indígena y campesina que derrocó a Jamil Mahuad, buscó entonces el apoyo de los sectores políticos ya desprestigiados, a los que él – precisamente – había venido a relevar.

 

En los poco más de 27 meses de gobierno fue sumando medidas antipopulares, gestos autoritarios, y cientos de nombramientos arbitrarios en cargos de responsabilidad.  Una de las más significativas fue la disolución de la Corte Suprema de Justicia y el nombramiento de nuevos jueces al frente de los cuales colocó a un amigo de confianza. Fruto de sus vergonzosos acuerdos parlamentarios fue entonces la decisión de la “nueva” justicia de declarar la nulidad de los fallos que condenaban por corrupción a los ex presidentes Abdalá Bucaram, Gustavo Novoa y Alberto Dahik.   El primero de ellos,  recordemos, eligió como “asesor” para un “milagro económico” al ex ministro argentino Domingo Cavallo . Este impulsó a Bucaram a aplicar un plan de convertibilidad que más tarde,  durante la gestión de Mahuad y Novoa terminó en la dolarización del país y la muerte del sucre, la moneda nacional desde la independencia de España.

 

El “loco” Bucaram, como se le conoce popularmente por sus excentricidades, decidió volver a Quito y reiniciar su carrera política. Esta fue la gota que colmó el vaso de la paciencia de gran parte del pueblo ecuatoriano.

 

El principio del fin

 

Primero cientos y luego miles de ciudadanos, autoconvocados, al márgen de partidos y dirigentes, ganaron las calles de la capital ecuatoriana. Gutiérrez no dudó en ordenar la represión, que aumentó su violencia a medida que se generalizaban las manifestaciones. Uno de los primeros muertos fue Julio García, de 58 años, reportero gráfico chileno, militante de la Unidad Popular que se exilió en Ecuador en 1973. Cubría con su cámara los sucesos en las calles de la capital. En un momento en que el aire se tornó irrespirable, Julio se volvió para  auxiliar a una mujer que llevaba un niño en brazos, y logró ponerlos a salvo. Pero su gesto le costó caro, porque los gases le provocaron un paro respiratorio. Lo que no pudo Pinochet, lo consiguió 30 años más tarde la represión de Lucio: el periodista murió asfixiado por los gases lacrimógenos. En sus 30 años de  trayectoria profesional se había convertido en un referente gráfico de las luchas sociales en Ecuador.  Su muerte, más que atemorizar, lo que hizo fue aumentar la protesta de los quiteños.

 

Radio “La Luna”, emisora independiente de Quito que ya había recibido amenazas de clausura y de agresiones, se convirtió en un punto de referencia de los manifestantes. Abrió sus micrófonos a los ciudadanos que tras identificarse daban libremente su opinión sobre lo que ocurría.  Los teléfonos celulares fueron otra “herramienta” que unió a los grupos que se manifestaban en distintas zonas de la capital.  Las consignas de “Con Quito no se juega”, “Brasil tiene a Lula, nosotros tenemos una mula”, o “Vamos Quito, Quito no se ahueva”, terminaron derivando en una más unánime, “Lucio, Fuera”, que algunos intencionadamente transformaron en “Sucio, fuera”. 

 

Los “forajidos” no se ahuevan

 

El presidente hizo declaraciones atribuyendo las protestas a “grupos reducidos” a los que calificó de “forajidos”. Los manifestantes asumieron rápidamente el mote y comenzaron a proclamarse ellos mismos como “forajidos”, en una irónica réplica a la pretensión

de Lucio por descalificarlos.  Las calles aparecían llenas de jóvenes, mayores y familias enteras que se proclamaban “forajidos”.

 

Cuando por las emisoras de la capital se tuvo conocimiento de la llegada de  autobuses en los que el gobierno había trasladado a campesinos del interior para una posible defensa del Palacio de Carondelet, sede del gobierno, la reacción  popular no fue de temor, sino de rabia.  Incluso cuando desde el ministerio de Bienestar Social francotiradores gubernamentales iniciaron disparos contra la multitud, los manifestantes entraron al edificio y terminaron poniendo en fuga a los atacantes. Cientos de estudiantes secundarios y universitarios se unieron en la mañana del miércoles a la protesta.  Dispersados continuamente con gases lacrimógenos, volvían a reagruparse y a avanzar hacia Carondelet. En su marcha preguntaban por el fuerte aumento presupuestario para educación prometido en campaña electoral por Gutiérrez, y terminaban coreando: “Fuera Lucio, mentiroso y corrupto”.

 

Lucio perdió la confianza de sus tutores

 

Con el paso de las horas la situación se fue deteriorando. El jefe de la policía General Jorge Poveda presentó su renuncia y dejó una exhortación para el presidente: “reflexione y escuche al pueblo”.  Lucio Gutiérrez aceptó la dimisión y reiteró que no renunciaría. Reforzó el anillo defensivo de la sede del gobierno con tropas de la Brigada de Fuerzas Especiales del Ejército.

 

Hasta allí llegó una vez más  la embajadora de los Estados Unidos, Kristie Kenney, quien ratificó lo que había dicho Condolezza Rice: que su gobierno apoyaba a Gutiérrez.  Desde el comienzo de la crisis, la embajadora visitó varias veces el Palacio para demostrar el respaldo de la Casa Blanca al presidente ecuatoriano.  Estuvo reunida durante más de una hora con Lucio Gutiérrez. Nada se sabe sobre lo que conversaron.  Pero a partir de entonces algunos signos indicaron que los sectores beneficiados por las políticas continuistas de Lucio habían decidido que su tiempo había terminado y que la situación aconsejaba “quemar” ese fusible antes de que la revuelta pasara a mayores. 

 

Sesenta y dos diputados se reunieron para tratar el relevo del presidente. Muchos de ellos también comprendieron que era preferible arrojar por la borda a Lucio, convertido ya en peligroso lastre, para evitar hundirse también ellos por la fuerza de la marea de protesta. La moción proponia deponer a Lucio por “abandono del cargo”. Escasa imaginación de los parlamentarios si se tiene en cuenta que el presidente permanecía atrincherado precisamente en el Palacio de Gobierno.  Sesenta votaron a favor y dos en contra. Según la Carta Magna necesitaban 67 votos, los dos tercios del centenar de legisladores que conforman la Cámara, pero a esa altura, ese también parecía un detalle menor. Tampoco estaban en el Congreso, que había sido atacado por manifestantes, sino en una sede alternativa. El vicealmirante Víctor Hugo Rosero anunciaba más tarde que el alto mando de las fuerzas armadas “se había visto obligado a retirar su apoyo al presidente, a fin de cautelar la seguridad ciudadana”. Gutiérrez comenzó entonces a recorrer el camino en el que le habían precedido en los últimos tiempos sus colegas De La Rúa en Argentina y Sánchez de Losada en Bolivia.  Veintisiete meses después de haber entrado al Palacio Carondelet con el 53% de los votos populares y con un discurso antisistema, Lucio Gutiérrez huía por el tejado en un oportuno helicóptero militar.

 

¿Un “Carlos Mesa” ecuatoriano?

 

Así como en La Paz fue Carlos Mesa quien debió suceder al presidente que huyó a Miami, en Quito,  el apresurado relevo  recayó en el vicepresidente Alfredo Palacio, un médico de 66 años, que acompañó a fines del 2002 la candidatura de Gutiérrez haciendo valer un pasado no comprometido con los desprestigiados partidos tradicionales. En sus antecedentes, el haber ejercido como director regional del Instituto Ecuatoriano del Seguro Social en la provincia de Guayas durante el gobierno de Sixto Durán-Ballén ( 1992-1996).

 

Desde hacía varios meses Palacio tenía una relación de enfrentamiento abierto con el presidente. Uno de los choques conocidos se originó al difundirse que César Fernández, acusado por narcotráfico, había aportado fondos para la campaña de Sociedad Patriótica, el grupo político que sustentó la candidatura de Gutiérrez. Lucio se defendió entonces diciendo que el presunto narcotraficante le había sido presentado por su vice-presidente.

 

Casi con su juramento presidencial, comenzaron para Palacio problemas urgentes. Uno de ellos fue el de ponerse a salvo de los manifestantes, que habían conseguido entrar al edificio del CIESPAL donde estaban reunidos los parlamentarios. Los gritos de “Sinvergüenzas”, “ladrones” y “todos fuera”, se escuchaban peligrosamente cerca.  Así fue huyendo de sala en sala, hasta que el flamante presidente, más diputados y asesores se refugiaron en oficinas del primer piso. Algunos rezagados fueron agredidos por los manifestantes que exigían que el congreso fuera disuelto. Otros reclamaban una consulta popular sobre el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, sobre la dolarización, la cesión de la Base Militar de Manta y la convocatoria de una Asamblea Popular. Cuentan los periodistas que finalmente y no sin dificultades afrontó a los manifestantes y dijo que “no había impunidad para nadie” y prometió “un gobierno con todos”.

 

Mientras se inauguraba este nuevo tiempo de promesas, el ex coronel Gutiérrez tenía que descender rápidamente del avión en el que intentaba huir del país. Cientos de personas habían invadido las pistas del aeropuerto para impedir que el avión despegara. Horas más tarde se confirmaba su refugio en la residencia del embajador de Brasil, país al que solicitó asilo.

 

Epílogo provisional

 

Alfredo Palacio asumió formalmente la presidencia. Dijo que “revisará” la negociación del tratado de libre comercio (T.L.C.)  con Estados Unidos. Anticipó que respetará todos los poderes del estado, y que piensa gobernar hasta enero del 2007, completando el período de Lucio. También anunció que detendrá la concesión de contratos petroleros.

 

En otro golpe de efecto invitó a Paco Velasco, periodista que lideró la posición de Radio “La Luna” durante las jornadas de movilización, para que integre su gobierno. Y entre sus primeros nombramientos figura el de Mauricio Gándara como ministro de gobierno. Gándara es coordinador del grupo por la Dignidad y la Soberanía y tiene una posición pública contraria al apoyo e implicación de Ecuador en el Plan Colombia. Es difícil, muy difícil, vistas las experiencias pasadas, saber hasta donde estos primeros pasos son fruto de serias convicciones, o simples medidas para calmar la protesta social.

 

Los ciudadanos en las calles, o en sus expresiones por las emisoras coinciden en general en que el cambio no debe limitarse a un presidente por otro. Tienen claro que lo que llaman “la podredumbre” abarca a gran parte de la clase política, pero también a la Justicia y a otros estamentos dirigentes. También se preguntan hasta donde pueden confiar en los militares, que si bien al final quitaron el apoyo a Lucio, le proporcionaron el helicóptero y los medios para huir cuando una orden de la fiscalía había dispuesto ya su detención preventiva. No es fácil predecir si la presión de los ciudadanos se mantendrá y seguirá celosamente los primeros pasos del nuevo gobierno.

 

La revuelta tuvo epicentro en Quito, pero no tuvo demasiado eco en el interior del país. Nadie puede precisar hasta donde llegan las raíces de esta protesta corajuda de la ciudadanía quiteña. Pero es indudable que el pueblo ha sumado otra experiencia importante. El sociólogo Mario Unda afirma que este movimiento que algunos llaman “la rebelión de los forajidos” mostró un hecho inédito: la autoconvocatoria.  Dice Unda: “Nos autoconvocamos; quiere decir que la sociedad  ya no espera ser llamada, organizada y dirigida por sus líderes institucionales, que busca otras formas de expresión, de referencia, de identidad, otras maneras de reconocerse, de mirarse, de hablar entre sí”.  Y explica que por eso, tuvo eco el llamado del periodista Paco Velasco desde Radio La Luna, “un llamado a desplegar la creatividad y la imaginación de la gente”.  Otros destacan que la originalidad tiene mucho que ver con la participación masiva de gente muy joven.

 

El editorialista Fabián Corral, recuerda que los españoles también llamaron “forajidos” a los combatientes de la independencia. Y concluye que “capitanes de forajidos también lo fueron Simón Bolívar, Antonio José de Sucre , José Artigas y otros”.   Quizás una exaltación un tanto exagerada, pero que nos orienta en las expectativas de los ecuatorianos sobre los tiempos que han de venir.

 

Como “epílogo del epílogo”, es oportuno remitirse a uno de los párrafos que  anteceden a esta nota, y que escribíamos en nuestro envío de marzo del 2003:

 

“En el fondo, hay una dependencia real, objetiva, que no se puede romper ni con palabras ni con voluntarismos. Harán falta inteligencia, desarrollo interno, acumulación social tras objetivos comunes, políticas regionales. Y todo ello a partir de la conformación de organizaciones sociales fuertes, independientes, capaces de construir a partir de sus propias experiencias. La esperanza ya tiene demasiados naufragios en América Latina. Y un interminable y doloroso listado de víctimas”. 

*Carlos Iaquinandi Castro, redacción de SERPAL.

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