Ecuador: Lenin contra Lenin

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La insurrección siempre ha sido un arma de los pueblos humildes, de esos condenados de la tierra de los que hablaba Frantz Fannon. Es una alternativa necesaria y un espejo en el que obligatoriamente hay que mirarse, cuando llega el momento en que se agotan las posibilidades de diálogo con los de arriba, y el abajo se mueve desde la izquierda. Un buen día, los humillados y desposeídos se plantan y gritan un contundente “basta ya!” y a partir de ese momento todo se hace posible, incluso hasta la toma del poder.

Ecuador: Lenin
            contra Lenin

En términos de la práctica política, significa también que la lucha de clases pasa a ocupar un lugar preponderante y por más que se la quiera ocultar, estalla con toda su fuerza y conmueve los cimientos de los “palacios de invierno». Eso es precisamente lo que hoy está ocurriendo en Ecuador. Se acabaron los paños fríos, las excusas y las mentiras con que el gobierno de Lenin Moreno intentó «hacer tiempo”, mientras preparaba el paquete de medidas que le impuso el Fondo Monetario Internacional. Eso significa que llegado el momento, aquellos a los que se vende el alma, exigen que se pague peaje, y que no se titubee en poner en marcha lo pactado. Arrodillado, sometido y vergonzosamente alejado de sus principios (si es que alguna vez los tuvo), Moreno ejecuta lo que le ordena Washington y si tiene que matar, mata con total impunidad. A veces lo hacen a balazos (Haití es un ejemplo similar) y otras, como en Argentina y Brasil, también le agregan la agonía que provocan la desocupación, la extrema pobreza, la pérdida de soberanía.

Sin embargo, el pueblo ecuatoriano es un duro hueso de roer. Por cosas como estas que ocurren hoy, ya ha derrocado varios gobernantes, igual de corruptos y criminales que el susodicho Moreno. El último de ellos, fue Lucio Gutiérrez que se perdió, por someterse al imperio y sus dictados, la posibilidad de conducir una Revolución obrero-indígena y campesina, y terminó su gestión abruptamente, cual lacayo de la burguesía, en medio de un gran levantamiento popular que provocó su huída por los techos del Palacio de Gobierno, de donde se alejó para siempre, trepándose a un helicóptero. Algo que Moreno seguramente debe tener en su memoria, cuando decidió abruptamente mudar la Casa de Gobierno de Quito a Guayaquil, al calor de la avanzada de manifestantes que empezaron a cercar el Palacio de Corondelet.

Ahora, las cartas están echadas para este mal gobernante, ya que decenas de miles de indígenas, obreros, estudiantes, van a ocupar Quito y también Guayaquil, exigiendo no solo que se derogue el paquetazo fondomonetarista, sino que se vaya quien ordenó disparar contra el pueblo, quien aseguró la impunidad de los policías que arrojaron a tres jóvenes manifestantes desde el puente de San Roque, en el centro histórico de Quito. Ese hombre que llegó al gobierno gracias a la ingenuidad de Rafael Correa y luego lo traicionó como un vulgar Judas.

Por otra parte, el levantamiento popular y la consiguiente marcha indígena-campesina ha generado una corriente de simpatía en todos los pueblos por los que va pasando. Tal es así, que hasta los más tímidos o descomprometidos, se lanzan a las calles a demostrar que están dispuestos a ser protagonistas de este momento histórico. Lo hacen con la alegría que deriva del juntarse con sus iguales, corear las consignas del momento y demostrarse unos a otros, que “el pueblo unido jamás será vencido”. Pero también, con la bronca suficiente que les permita estar convencidos que ya es hora de terminar con esos politiqueros sostenedores de una democracia burguesa con que cada cuatro o cinco años los engañan.

Por eso no es extraño que, por lo menos los indígenas de la Conaie y los trabajadores del FUT agreguen en sus cánticos el muy conocido “que se vayan todos”. Para que esto ocurra realmente, hay que tener alternativas que no conduzcan una eventual victoria a un callejón sin salida, donde otros que no representan sus intereses, se queden -como ha ocurrido tantas veces- con la ganancia de muchas luchas y sacrificios, o de poner sobre la mesa la pérdida de la libertad y hasta las muertes por la represión. Eso y otros temas similares, es lo que ahora, probablemente estará en discusión entre las diligencias de esta gigantesca pueblada en la que entre otros, el legado del auténtico Lenin, el iluminador de tantas batallas del proletariado universal, y también el del Comandante Guevara, puedan ayudar a derrotar a esta caricatura de gobernante cipayo que no solo no fue fiel a su nombre, sino que por su codicia y sumisión con el Imperio, quiere condenar a su pueblo a la miseria, causándoles el mayor dolor posible.

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