Desafío, tenebrosidad y esperanza.

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Claudio Esteban Ponce*

La nueva oportunidad del socialismo chileno puede colaborar en el proceso de transformación de los países de América Latina. Puede acompañar a los gobiernos progresistas de Argentina, Brasil, Venezuela, Ecuador y Bolivia en revitalizar los objetivos comunes de liberación latinoamericana. La unión y el cambio cultural pueden ser más lentos o más vertiginosos de acuerdo a cada sociedad, lo importante es la firmeza en la decisión de llevarlos adelante sin dejar de estar atentos a la reacción de los sectores tradicionales que se oponen al desarrollo de la verdadera democracia.

La herencia del dominio colonial español pesa mucho más en los países latinoamericanos que los legados culturales dejados por otros imperialismos formales ejercidos en otras regiones del Tercer Mundo. Salvo la particular característica de la República Argentina, quizás por las peculiaridades de su conformación social, el resto de los países de América Latina tienen un pasado que remite, como problemática social, a la relación entre el amo y el esclavo. Cuando el dominado naturaliza su propia dominación pierde la capacidad de luchar por su liberación.

En el marco del proceso de aculturación devenido en 300 años de dominación colonial, la República de Chile se muestra con rasgos tan profundos de una tradición conservadora y autoritaria, que puede considerarse como una sociedad que internalizó el dominio español y lo replicó como modelo político interno a partir de su independencia. De Portales a Pinochet se puede  destacar que hubo intentos de romper con ciertas tradiciones para transformar la realidad social y política, pero los sectores dominantes hicieron que estos intentos no fueran mucho más que solo eso, intentos.

El gobierno democrático de Salvador Allende, el más transformador de la historia chilena, terminó violentamente derrocado y con su presidente asesinado. A partir de allí, si bien no toda la población aceptó el golpe, faltó la conciencia política para resistir a la dictadura dejando espacio a que el Terrorismo de Estado se perpetúe durante 20 años. Incluso en la continuidad democrática Chile siguió gobernado por el autoritarismo. El llamado socialismo chileno, en la primera gestión de Bachelet, no pudo conquistar las reformas necesarias para avanzar en lo referente a la ampliación de derechos. Luego de su mandato, increíblemente, la derecha volvió a ganar las elecciones en Chile.

La actualidad en el país trasandino nos muestra un contexto diferente. Bachelet fue por un segundo mandato y logró una victoria electoral con promesas de cambios profundos en educación y en igualdad de derechos. Aun así, no logró ganar en primera vuelta aunque quizás nadie dude de su triunfo en la segunda elección pero, ¿podrá llevar adelante la transformación que gran parte de su pueblo demanda?

Si se observa el presente chileno tal vez se pueda ser algo optimista, Bachelet ganó con un 46,67% de los votos en la primera vuelta, la derecha obtuvo el 25,02%, un magro resultado para la candidata Mattei del partido gobernante. Con estos guarismos es casi lógico el resultado de las elecciones del próximo 15 de diciembre, pero nuestro análisis apunta a cuestiones más profundas.

Más allá de los conflictos internos en el interior del sector que gobierna debido al resultado electoral, la derecha chilena y la tradición conservadora de su sociedad opera políticamente más allá de los límites partidarios. La estructura del carácter social es lo que el nuevo gobierno tendrá que empezar a transformar, la vieja cultura de aceptación del beneficio de pocos a costa del perjuicio de muchos es la que debe ser reemplazada por una democracia más extendida. Difícil pelear este combate cuando no es un dato menor que, según fuentes periodísticas, el partido de Piñera sacó un 36% de los votos para los candidatos parlamentarios, o sea un 11% más que para su candidata presidencial. Además, hay que tener en cuenta que el porcentaje de abstenciones también fue muy elevado. De allí que, si bien Piñera probó el sabor amargo de la derrota, la derecha chilena y la mentalidad tradicional y conservadora no ha sido vencida.

El desafío que le espera a Michelle Bachelet es titánico. No refiere solo a reformas en el plano de la educación, derechos humanos o condiciones laborales, la afrenta es más profunda, es ir por todo lo que se relaciona con la transformación cultural. Cambios que incrementen la tolerancia y fomenten el debate social y democrático como se produjo en Argentina a partir del 2004 cuando el discurso de Néstor Kirchner en la ESMA marcó el quiebre con un pasado hipócrita y autoritario que se negaba a poner en cuestión las acciones irresponsables de un Estado ausente. La democracia se plasma en la cotidianidad con la ampliación de derechos, el mejoramiento de la calidad de vida y el perfeccionamiento constante en el proceso de construcción de la libertad humana, pero esto se logra con mucho tiempo de trabajo en educación y dando grandes batallas en el campo simbólico. Desde la vecindad política de Argentina, desde los sectores nacionales y populares, se desea la posibilidad de estos cambios en la política chilena. Se espera también que la responsabilidad política y militante del socialismo chileno no abandone a su futura presidenta y esté a la altura de las acciones revolucionarias que los hermanos latinoamericanos merecen.

Siguiendo el análisis, es interesante observar que para esta nueva oportunidad de gobierno que tiene el socialismo en Chile, Bachelet pueda contar con el apoyo de sectores que refieren a una alianza entre trabajadores y estudiantes. Más allá de las diferencias que pueden expresar estos actores sociales, comparten objetivos estratégicos y demandas relacionadas y comunes. Los estudiantes fueron más impetuosos y creativos en sus protestas y demandas, pero si bien la central de trabajadores se fue incorporando a la lucha con mayor lentitud tuvo la misma determinación que los jóvenes educandos, lo que hace que puedan convertirse en una fuerza importante para acompañar en los cambios necesarios.

El contexto internacional al país trasandino también es diferente a los años anteriores. La nueva primavera de cambios en América Latina, los nuevos gobiernos progresistas del continente, puede ayudar a frenar los intentos desestabilizadores en el interior de Chile. De todos modos, no se debe subestimar a la derecha de este país, sería un grave error pensar que por ganar las elecciones estos sectores estarían derrotados. Si tenemos en cuenta que la sociedad argentina fue y es más cuestionadora que la chilena, si además observamos que el kirchnerismo se consolidó en el poder durante una década y aun así, la derecha argentina sigue impidiendo y bloqueando por todos los medios las transformaciones del gobierno popular, si esto se observa en Argentina, se trata de entender que el panorama político que se le presenta a Michelle Bachelet es más que difícil.

Quizás lo importante no sea la rapidez o brusquedad de los cambios, sino la constancia y la firmeza en el proceso de transformación. El camino que se inicia relanza una visión de esperanza para la República de Chile. La posibilidad de plantearse nuevamente las utopías a realizar renueva las fuerzas de todos los sectores que confían en ir logrando los objetivos propuestos a corto y largo plazo.

Por último, el desafío de otra mujer en un gobierno latinoamericano nos vuelve a mostrar que la tenacidad del género femenino es el complemento político necesario y fundamental en la formación de los movimientos populares, de ello en Argentina, las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo son ejemplos clarísimos. El futuro de Chile queda abierto a las capacidades y potencialidades de un pueblo que se atreva a comprometerse con su propia liberación. Demás está agregar que ese es el deseo de quienes seguimos creyendo en el poder que el hombre tiene para transformar la Historia.

*Claudio Esteban Ponce, licenciado en historia, miembro del Consejo Editorial de Tesis 11.

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