Crisis de la unipolaridad: La guerra mundial en etapas

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Revista Tesis 11 (nº 116)

(Internacional)

Gerardo Codina*

“Tercera guerra mundial en etapas” ha sido la caracterización del momento mundial que ha realizado Francisco. Esa guerra no se libra solamente con armas o en algunos países. Es la lucha encarnizada por parte del capital financiero más concentrado por preservar el orden unilateral surgido de la implosión del llamado “socialismo real”. En América Latina se libra ahora uno de los capítulos decisivos de esa guerra.

En su reciente viaje a Cuba, el Papa Francisco retomó un concepto que ya había utilizado con anterioridad para referirse a la situación internacional actual. En La Habana dijo, al referirse al acercamiento entre EEUU y Cuba, “Animo a los responsables políticos a continuar avanzando por este camino y a desarrollar todas sus potencialidades, como prueba del alto servicio que están llamados a prestar en favor de la paz y el bienestar de sus pueblos, y de toda América, y como ejemplo de reconciliación para el mundo entero. El mundo necesita reconciliación en esta atmósfera de tercera guerra mundial por etapas que estamos viviendo”.

Con esa frase final, Francisco parece querer llamar la atención sobre la extensa lista de conflictos bélicos simultáneos que se desarrollan en la actualidad en grandes zonas de África y Asia, y que ya llegaron a Europa. Pero esa es la peor y más visible cara de un conflicto global al que ningún país puede escapar.

Un poco de historia

Un cuarto de siglo atrás, la caída del Muro de Berlín precipitó el final de la experiencia del llamado “socialismo real” y la implosión de su gran portaestandarte, la Unión Soviética. El mundo quedó con una sola superpotencia global, los Estados Unidos de Norteamérica, respaldada por una formidable alianza política, económica y militar que sumaba a las principales naciones capitalistas europeas y Japón. El único límite de ese poder era el aparato militar heredado por Rusia, en especial sus fuerzas nucleares estratégicas, aunque padecía el desgaste de la descomposición del régimen soviético y en gran medida era vetusto.

En ese horizonte cobró predicamento la idea de un “fin de la historia”, condensado en la generalización como horizonte deseable, para todas los pueblos del mundo, de sociedades capitalistas abiertas y desrreguladas, administradas por gobiernos emergentes de procesos democráticos liberales, donde tendría primacía la libertad individual. El “Consenso de Washington” resumía los principales aspectos del nuevo credo que impregnó a todas las elites de los países subordinados.

Poco tiempo antes habían madurado las condiciones técnicas que hicieron posible una nueva fase del proceso de mundialización económica, llamada globalización, que permitió el flujo financiero ininterrumpido a todo lo ancho del planeta y la deslocación de los procesos de producción y comercialización de bienes y servicios.

La homogeneización capitalista del planeta bajo el comando de un conjunto relativamente estrecho de corporaciones multinacionales, principalmente de origen anglo norteamericano, parecía no tener ningún freno a la vista ni contrapesos significativos. El proceso de concentración y transnacionalización incluyó a los medios de comunicación, que conforman ahora enormes conglomerados regidos por una misma política editorial y que acumulan audiencias de masas en múltiples naciones al mismo tiempo.

También otro hecho comenzó a hacer época. El despliegue de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación generó nuevos medios que incluyen como emisores activos a centenares de millones de usuarios en todo el mundo, pero cuyos contenidos son todos canalizados por un reducido puñado de empresas norteamericanas y transitan obligatoriamente por ese país. La “autorrevolución del capital”, como la llamaba el extinto Julio Godio, no sólo modificó los procesos productivos sino los culturales y, por lo tanto, los políticos. Por eso también revolucionó las técnicas de dominación y las formas que adquiere hoy la lucha por la hegemonía.

Una de las consecuencias de la convergencia de esas nuevas condiciones políticas, económicas, técnicas y culturales globales, fue la plena incorporación de China al sistema económico mundial y, con ella, de 800 millones de trabajadores que la convirtieron en el nuevo “taller del mundo”, y lanzaron hacia delante un imparable proceso de desarrollo acelerado de su sociedad.

La ofensiva para desarrollar el triunfo

La caída del Muro no señaló la finalización de la ofensiva neoconservadora por la restauración de un orden liberal capitalista en todo el planeta. Antes bien replanteó sus metas y las herramientas para alcanzarlos. El concepto militar de “desarrollar el triunfo” se aplicó plenamente. No sólo se procuró la derrota del oponente, sino liquidar toda posibilidad de que se recomponga y reagrupe.

La guerra de los Balcanes fue un claro ejemplo de lo que se propusieron: destruir una organización estatal multinacional que había alcanzado notables niveles de bienestar, aprovechando todas las líneas de fisuras culturales, religiosas y étnicas. La barbarie generada destruyó Yugoslavia, y atrincheró a cada uno de sus pedazos detrás de muros de odio acumulado que los anuló mutuamente para ser un factor relevante en el escenario político centro europeo por largo tiempo. En esas condiciones, van siendo sumados de a poco a la subordinación de un orden europeo trasnacional, de la mano de la Unión Europea y la OTAN. La minúscula Montenegro es la última adquisición de la colección.

En paralelo, se procuró hacer lo mismo en Rusia. En principio, promoviendo una convergencia de Rusia hacia el nuevo credo neoliberal e integrándola paulatinamente al conjunto de instituciones que organizan el orden capitalista global. En 2002 Rusia se incorporó oficialmente al G8. En ese encuentro de líderes de las naciones más desarrolladas del mundo estaba excluida China.

Esta política de integración en lo político y económico, tuvo su paralelo militar. Los procesos de distensión se pusieron en marcha con la firma de los tratados START en el 91 y 93, luego ratificados en 2010, limitando el número de cabezas nucleares en posesión de cada uno primero y reduciendo luego los arsenales estratégicos en dos tercios.

Sin embargo, mientras todo esto ocurría y con el pretexto de la guerra en Afganistán primero y luego del enfrentamiento global con el terrorismo a partir del atentado a las World Trade Center, Estados Unidos prosiguió su despliegue militar en torno de Rusia, instalando bases militares en países de la ex Unión Soviética primero y más tarde, llevando las fronteras de la OTAN hasta sus narices.

El Cáucaso fue el escenario elegido para promover el inicio de un proceso de descomposición de Rusia similar al ocurrido en los Balcanes. La presencia de grandes contingentes de habitantes de religión musulmana y los largos conflictos interétnicos acallados durante la época soviética fueron el caldo de cultivo para, por un lado, llevar a Rusia a una guerra con Georgia en 2008 y por el otro, promover la aparición de una insurgencia musulmana en Chechenia[1].

La dirigencia rusa estaba atenta a las amenazas e inició temprano un proceso de modernización global de sus capacidades militares[2], cuyas perspectivas iniciales no preocupaban demasiado a los estrategas occidentales, que descreyeron en la capacidad de reacción rusa.

La invasión a Irak en 2003 por parte de una coalición encabezada por Estados Unidos, y desarrollada al margen de cualquier legalidad internacional, colocó una fuerza significativa y potencialmente ofensiva en la frontera sur de Rusia, justificando las preocupaciones de Putin y sus allegados.

Si en algún momento se habían ilusionado con una modernización de su sociedad por el flujo de inversiones externas y la aceptación de las reglas del nuevo orden capitalista mundial, los duros costos sociales internos que afrontaron luego del derrumbe del régimen soviético (Entre otros, el descenso neto de su población por la disminución de la expectativa de vida, algo inédito en naciones modernas) y la evidencia de una creciente amenaza de disolución de su nación, obligó a un replanteo defensivo global de la dirigencia rusa. La recuperación del control estatal nacional de los principales recursos de transacción internacional y el refuerzo de las capacidades del complejo militar industrial se pusieron a la orden del día, mientras se comenzaba a alentar a una nueva diplomacia global activa.

A su manera, los rusos salieron de las ilusiones del neoliberalismo a causa del mismo derrumbe de sus sociedades que hizo buscar nuevos horizontes a los pueblos latinoamericanos. Verificaron, antes de que sea demasiado tarde, que adherir sin reservas al ideario neoliberal supone la eliminación de las capacidades nacionales de decisión y la succión de todos sus recursos por el capital financiero internacional. Ni siquiera esa entrega absoluta asegura la preservación de la integridad nacional de aquellos países vistos como potenciales adversarios. La guerra no sólo es global porque abarca todas las regiones y todos los aspectos de la vida, sino porque es permanente.

La construcción de una perspectiva multilateral

En 2006 esa nueva diplomacia comenzó a dar sus primeros frutos. En ocasión de una Asamblea General de las Naciones Unidas se reunieron los ministros de relaciones exteriores de Brasil, India, Rusia y China. En esa ocasión, Sergei Lavrov, declaró que saludaba los «acuerdos interesantes que hablan del interés de los cuatro países en institucionalizar nuestra colaboración».[3] Nótese la presencia fundacional del Brasil de Lula en ese intento consciente de procurar un nuevo orden mundial multipolar. Era el resultado emergente del cambio de época que vivía América Latina y la multiplicación de procesos post neoliberales que convergían en el intento de aumentar su propia densidad nacional para poder ser actores activos de sus procesos políticos locales y de la escena mundial[4].

Ese encuentro era posible además por la emergencia de China como potencia económica global equiparable a Estados Unidos, como resultado también necesario de la globalización. Aunque todavía esté lejos de alcanzar su productividad, empezó a replantear el abrumador desbalance de poder que exhibía hasta hace poco tiempo la “nación imprescindible”, como gusta decir Barack Obama.

Si bien la dirigencia china siempre adoptó una actitud prudente de no desafiar abiertamente el orden mundial, sostuvo en paralelo una activa política defensiva, orientada a preservar su país de cualquier intromisión externa y nunca renunció a la aspiración de alcanzar la reunificación nacional. El BRIC, al que luego se sumó Sudáfrica, era y es un intento de no enfrentar directamente la hegemonía norteamericana y, al mismo tiempo, generar las condiciones para replantear el lugar de China en el mundo, acorde a su nueva realidad.

En especial las tres naciones que conviven en el espacio euro asiático debieron modificar sus historias de recelos mutuos, los que separaban a China de India y a Rusia de China. La multiplicación de espacios de cooperación y el planteo de desafíos conjuntos de desarrollo e integración (como la nueva Ruta de la Seda, que involucra potencialmente el accionar de todos ellos más la naciones de Asia Central y Corea del Sur, que haría de Asia una enorme zona de desarrollo), siempre fueron examinados con desconfianza por los más belicosos entre los personeros de las naciones capitalista centrales, que oscilan entre intentar ser parte de esos procesos para beneficiarse de sus logros y confrontarlos militarmente.

La respuesta militar

A partir de la invasión de Libia por parte de las naciones de la OTAN en 2011, la intensidad de la confrontación militar entre los dos nuevos bloques emergentes que disputan, se acentuó. Con una novedad. No se trató aquí de quebrar una entidad nacional en múltiples estados como en los Balcanes, sino directamente de hacerla desaparecer. La llamada “primavera árabe” mostró su rostro más sanguinario con Khadafi, que había sostenido una vigorosa confrontación antiimperialista, en defensa de las riquezas naturales de su país, ejemplo en el mundo árabe y africano.

Con la crisis ucraniana la escalada militar dio otro paso más. Rusia no se quedó esperando las consecuencias del accionar subversivo de las potencias occidentales en la institucionalidad de la segunda gran nación eslava y tomó posiciones defensivas, recuperando Crimea y sosteniendo las milicias de autoproclamadas repúblicas de Donetsk y Lugansk.

En julio de 2014 escribíamos “Asistimos a una violenta y sostenida escalada bélica en el este europeo y  Mediterráneo oriental. En esa confrontación están involucradas directa o indirectamente las dos principales potencias militares del planeta. El riesgo de que la actual escalada se acentúe hasta configurar un conflicto abierto no puede desestimarse. Como mínimo, tiende a reinstalar la lógica de la confrontación a escala internacional, propia de la Guerra Fría.”

“La denuncia reciente por parte de Estados Unidos de que la Federación Rusa viola sus obligaciones emergentes del Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (INF) firmado en 1987 por Reagan y Gorbachov, abre las puertas para un refuerzo del despliegue militar de la OTAN en las fronteras rusas, mientras las fuerzas ucranianas ya bombardean a su vecino.”

“El temor no resulta infundado si se examina la gravísima sucesión de acontecimientos en Ucrania, desde el golpe de estado auspiciado por la Alianza Atlántica, pasando por el ataque a un avión civil y la matanza de ucranianos en el Donbass, todo justificado por la prensa occidental y endosado a los rusos como demiurgos malditos de la tragedia.”

La lógica de apurar la militarización de los conflictos por la preservación de la hegemonía mundial, se funda en la apreciación de que se le acorta el tiempo a la principal nación capitalista de imponer sus fueros manu militari, frente al progresivo ascenso de un polo alternativo de poder, expresado fundamentalmente por China.”

“Por el contrario, los rusos ya probaron que una desmedida presión de la carrera armamentística puede hacer colapsar su economía, muy dependiente hoy de los intercambios con las naciones europeas. Cambiar el eje de gravedad de su comercio a Oriente es posible y quizás inevitable, pero insumirá tiempo. Ese tiempo es el que trata de ganar Rusia con iniciativas diplomáticas, como la que frustró el ataque occidental a Siria, el refuerzo de su propia campaña propagandística y golpes de mano como el de Crimea. La transición es una ventana de oportunidad que está tratando aprovechar en este momento el agresivo abordaje de la OTAN en Europa Oriental.”

Rusia es a la vez la principal fuerza militar después de Estados Unidos y una economía mediana, dependiente de la exportación de comodities y armas para sostener su balanza de pagos. Eso la convierte en el flanco más débil de los BRICS, entre los dos que son significativos en términos bélicos.”[5]

En la medida que se estabilizó relativamente el frente ucraniano, el siguiente paso es la actual intervención rusa en Siria, donde obtuvo la posibilidad en el marco de una alianza interestatal histórica, de mostrar al mundo sus nuevas capacidades militares desarrolladas. El régimen sirio de Assad estaba siendo acorralado por el accionar conjunto del Estado Islámico y las milicias antigubernamentales auspiciadas por Turquía, Arabia Saudita y Estado Unidos. La reacción rusa permitió una ofensiva de las fuerzas gubernamentales sirias y, motivó, un regreso de la intervención abierta de las potencias occidentales y turca, orientada a fragmentar Siria e Irak.

La guerra por otros medios

La respuesta no es sólo militar. La actual depresión de los precios del petróleo, inducida por la superproducción petrolera norteamericana y saudí y potenciada por el detenimiento del crecimiento económico mundial, ha servido para promover una crisis económica en Rusia, Venezuela, Ecuador e Irán, entre otros. Combinada con una abierta “guerra económica” de desabastecimiento, sabotajes y desinformación a escala mundial, en la nación caribeña acaba de anotarse una victoria la derecha golpista de Capriles.

La imposición de sanciones, el bloqueo, la desestabilización y la promoción de acciones subversivas y terroristas, todo el repertorio de recursos hasta la agresión militar directa pasando por la manipulación monopólica de las noticias, apuntan a preservar una hegemonía unilateral que no se puso en crisis por razones “naturales”, sino porque muchos pueblos por diferentes caminos, encontraron que la exigencia de allanarse al accionar descontrolado del capital financiero internacional, anulaba la posibilidad de su autodeterminación. Esos pueblos son los que buscaron y buscan un nuevo orden multilateral.

* Gerardo Codina, psicoanalista, miembro del Consejo Editorial de Tesis 11.  Secretario Corriente Nacional Konfluencia Popular

[1] Rusia sabe que el territorio turco se usa para entrenar a terroristas para operaciones no solo en Siria, sino también en el Cáucaso del Norte, declaró el ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov el 9 de diciembre de 2015. Lea más en http://mundo.sputniknews.com/orientemedio/20151209/1054642526/turquia-yihadistas-caucaso-norte.html#ixzz3tsETQlDx
[2] “Pero más de una década revela que la orientación unilateral hacia Occidente tuvo catastróficas consecuencias para Rusia, ya que perdió el significativo papel que desempeñara la URSS en las relaciones políticas internacionales, y el trato de Occidente ha sido la típica relación de vencedores a derrotado (en este caso con el sui generis componente de un vencido con poderío nuclear). Al mismo tiempo, Estados Unidos ha estado construyendo una nueva “cortina de hierro” con bases, recursos y asesores militares, engullendo a los países ex-socialista, a lo que no escapan territorios que fueron parte de la extinta URSS. Frente a esta sumatoria de realidades, los dirigentes del Kremlin comprendieron el carácter inviable de una asociación estratégica con los EE-UU y Occidente. Rusia aprobó entonces a principio del año 1999 una nueva Doctrina de Seguridad y Defensa en la cual, además de admitir la posibilidad de asestar el golpe nuclear inicial, reconoció a la OTAN como un probable agresor.”, escribía en las páginas de Rebelión Ariel Dacal Díaz, el 21 de enero de 2004.  S.O.S. Rusia al rearme.
[3] Hounshell, Blake (23 de febrero de 2011). «BRICs: A Short History». Foreign Policy.
[4] “Las mismas condiciones técnicas que hicieron posible la última fase de la mundialización, erosionan la posibilidad de que el mapa de poder mundial permanezca inmutable en alguna nueva reconfiguración posible, a lo largo de mucho tiempo.”, anotábamos en el artículo El mundo que viene, publicado en Tesis 11 el 29 de agosto de 2011.
[5] Escalada bélica. Artículo no publicado del autor de fecha 29 de julio de 2014.

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