Chile: 45 años de Democracia Restringida.

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Las últimas elecciones presidenciales de la República de Chile hicieron efectivo un nuevo triunfo de la derecha conservadora, en un escenario que se presentaba dudoso para la fuerza de Piñera. Muy a pesar de que los partidos de izquierda, sumando sus resultados en la primera vuelta superaban al candidato de la derecha, el grado de inmadurez política y la debilidad de los “sectores progresistas” posibilitaron el nuevo retorno del conservadorismo al poder institucional. La carencia de un movimiento nacional en la vieja capitanía hace imposible doblegar al poderío de las élites tradicionales dominantes desde el siglo XIX.

El segundo gobierno de la Alianza política que llevó nuevamente a Michelle Bachelet a la presidencia de Chile, se presentó como una fuerza de izquierda que prometió resolver las carencias dejadas por el neoliberalismo de la gestión de Sebastián Piñera. Las promesas de la Alianza Nueva Mayoría respecto de las cuestiones más agravadas en el plano económico y social, como el tema de la educación gratuita, o las mejoras en las condiciones laborables y el régimen jubilatorio, hicieron posible el voto de confianza de la población a los representantes de la “izquierda chilena”. Sin embargo, finalizado el período de gestión, la segunda oportunidad de transformación que tuvo esta alianza se fue desvaneciendo en intentos timoratos de una dirigencia política que se encontraba muy lejos del pueblo y carente de comprensión de la situación que vivían los humildes de ese país. La educación gratuita o una jubilación asegurada y gestionada por el Estado, así como la estabilidad laboral de la clase trabajadora, son derechos básicos de cualquier sistema democrático que se precie de tal, pero aún siguen siendo asignaturas pendientes de la institucionalidad chilena. En realidad, la segunda gestión de Bachelet se puede considerar como un rotundo fracaso en lo que refiere a la reivindicación de los derechos populares, y como el factor principal que coadyuvó al retorno de la derecha a la presidencia del país trasandino.

Los sectores tradicionales de la “República de Chile” fundaron sus raíces en el triunfo conservador de Diego Portales en la primera mitad del siglo XIX. Con su arraigado militarismo, que lo llevó a enfrentarse con los países vecinos y a confiar más en el imperialismo británico que en sus hermanos de América Latina, el poder concentrado de este Estado consolidó una Nación periférica aliada en forma permanente de Inglaterra primero y del imperio estadounidense durante el siglo XX. Estas particularidades de la política chilena lo convirtieron en una base de operaciones del poder externo que, salvo excepciones de breves períodos de gobiernos con proyectos nacionales y populares durante el siglo veinte, impidieron siempre la construcción de una verdadera democracia en la sociedad allende la cordillera.

Las últimas elecciones presidenciales pueden considerarse como una derrota de la izquierda antes que un triunfo de la derecha. Luego de los resultados de la primera vuelta, más allá del triunfo de ésta última, parecía imposible un recupero del sector que proponía nuevamente a Sebastián Piñera ya que ambos actores progresistas sumaron alrededor del 43% del electorado dejando a Piñera en un segundo lugar con casi siete puntos abajo. Si a estos se agregaban otros partidos opositores al conservadorismo, un éxito de los intereses hegemónicos parecía mínimamente lejano. Una gran esperanza se abrió paso en toda la izquierda de los países latinoamericanos. ¿Qué sucedió en la segunda vuelta? ¿Qué fue lo que hizo posible la victoria de Piñera con un margen tan amplio?

Si bien los multimedios, como parte de los grupos económicos concentrados, hicieron su tarea de “colonización semiológica” de la población, el triunfo de Piñera se debió más a cuestiones no resueltas en la izquierda que a méritos de los actores neoliberales. Las promesas no cumplidas de un gobierno que solo llevó a cabo reformas a medias e incompletas, llevaron a un conflicto interno en el seno de una izquierda lavada que nunca asumió la responsabilidad de desafiar a los sectores tradicionales para imponer las transformaciones necesarias que demandaban las bases que le dieron su apoyo al elegir esta opción. Esto llevó a la ruptura de Nueva Mayoría y por ende, a que en las últimas elecciones existieran dos opciones de una izquierda que por un lado fue representada por el Frente Amplio conducido por Beatriz Sánchez, y por el otro, el “oficialismo” de lo que quedaba de Nueva Mayoría guiado por Alejandro Guillier. Si bien en la primera vuelta ganó Piñera con un 36% de los votos, ambas fuerzas de la izquierda sumaron un 43%, lo que hacía creer que en la segunda vuelta la derecha podría perder el acto eleccionario, pero no fue así. A pesar del “apoyo” de Beatriz Sánchez a Guillier, en un marco en el que el voto no es obligatorio, el miedo difundido por la derecha y las ambigüedades de una dirigencia progresista que tuvo poco de popular, hicieron posible que el autoritarismo latente que anida en la sociedad chilena aflorara nuevamente en la decisión de mantener el “status quo”, que no es más que aceptar el “orden establecido” por una oligarquía dominante desde antes de la independencia chilena.

La derrota de los sectores de la izquierda chilena se fundó en el temor a emprender las transformaciones sociales y políticas que hubieran hecho de Chile un país más democrático. La impotencia y la desidia de una dirigencia poco comprometida con la implantación de la justicia y la igualdad, demostró que la tibieza de esos políticos solo profundizó la decepción de muchos sectores sociales y generó aun mayor desconfianza en quienes predicaban una propuesta transformadora y ejecutaban medidas contrarias a lo que ellos mismos sostenían en sus discursos. Todo quedó pendiente, o realizado a medias, nada fue un hecho concreto en la gestión Bachelet, el resultado fue inminente, desunión, carencia de coherencia ideológica y olvido de la responsabilidad que implica una praxis política. El pueblo chileno deberá transitar un nuevo período neoliberal, quizás las consecuencias de esta situación pueda generar una mayor conciencia de responsabilidad colectiva, y tal vez también pueda terminar de formarse en la juventud del país trasandino una nueva dirigencia con el coraje necesario que lleve adelante los profundos cambios que la República de Chile se merece desde hace mucho tiempo. Que la memoria chilena no deje de lado los ensayos de Aguirre Cerda ni fundamentalmente los de Salvador Allende que, con mayor intensidad éste último, dieron batalla a las élites tradicionales y al imperialismo extranjero que solo sostienen su poder en la traición de plutocracia de este país. La Democracia en Chile, entendida como un sistema de profundización de derechos de las mayorías que intenta incluir e igualar a todos los ciudadanos, sigue siendo una asignatura pendiente que debe rendir todo el pueblo chileno. El destino de estos hermanos latinoamericanos está en su propio voluntarismo, los imponderables siempre están a la espera, girando allí nomás, en la esquina de la Historia.

Claudio Ponce

Historiador- miembro de la comisión de américa latina de Tesis11

5 respuestas a “Chile: 45 años de Democracia Restringida.”

  1. Susana Navarro dice:

    Las últimas elecciones presidenciales pueden considerarse como una derrota de la izquierda antes que un triunfo de la derecha. Esta frase sintetiza, según mi humilde oponión, este excelente anáisis de las elecciones del hermano país.
    La tristeza me invade al recordar que, no hace prácticamente nada, en términos hisoricos, LA PATRIA GRANDE parecía cercana.

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