A propósito del Aborto: Entre la Necesidad y los Hechos. Un debate pendiente.

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Claudio Ponce *

Mas allá del debate científico, jurídico o religioso, el autor centra su análisis en la primordial participación de la mujer en un diálogo que debe recuperar la transigencia y el respeto.

La noción de ética refirió históricamente a las cuestiones ligadas con las costumbres y los hábitos humanos expresados en sus interactuaciones comunitarias. Luego, en el devenir de las culturas occidentales, la palabra ética fue estableciendo una estrecha relación con el concepto de moral, a punto tal de ir estructurando una simbiosis referencial entre ambos términos hasta que los mismos se pronunciaran como sinónimos.
Los problemas relacionados con la conducta social y política de los seres humanos siempre estuvieron vinculados a los principios éticos y morales sobre los cuales se apoyaba la construcción de la realidad colectiva. Estos valores tuvieron por objeto el hipotético perfeccionamiento de las relaciones interpersonales, y ejercieron una importante influencia en la conformación del orden jurídico de cualquier civilización. A su vez, en el origen de los códigos de convivencia que hicieron nacer al “Derecho”, nunca estuvieron ausentes las creencias religiosas, por el contrario, a partir de los fundamentos doctrinarios de la Fe fue posible legitimar la validez de las leyes que organizaron a las sociedades pretéritas. Acorde a estos antecedentes, las normas morales y el “ethos” en que se fundaba una comunidad quedaba sujeto a modificaciones según criterio y necesidad de los integrantes de la misma. Las “crisis” que caracterizaron a diversos procesos históricos en Occidente fueron períodos de transición y búsqueda de nuevos valores, de nuevas formas de vivir y actuar, que respondieran a las necesidades y urgencias de los seres humanos que enfrentaban dicha etapa de transformación. Desde esta perspectiva, el debate en torno a la modificación de las costumbres cotidianas, a la mutación de los hábitos de vida, es decir, el debate sobre una ética aplicada a la cotidianidad fue lo que signó el desarrollo de los pueblos.
La sociedad argentina, como heredera de la cultura europea, no permaneció ajena a la influencia de los cambios del viejo continente, pero se desarrolló en ella un carácter conservador y poco permeable a las transformaciones que demandaba la evolución social. Tal vez el nacimiento del Estado Argentino bajo un régimen oligárquico y conservador contribuyó a imprimir un sello de temor y resistencia a la mutación de las costumbres cotidianas. Esta pesada herencia generó profundos conflictos internos y favoreció la división de la sociedad. Sectores tradicionales, apoyados por corporaciones ligadas a los intereses de las minorías, presionaron en forma constante para impedir una libre expresión de las potencialidades humanas que hicieran posible el desarrollo de las mayorías.
Luego de la gran transformación cultural de los años sesenta en el marco internacional y local, el último gran atentado contra la amplitud de criterio y el respeto por el semejante sobrevino de la mano de la dictadura militar de 1976. El Terrorismo de Estado ejercido a partir de esa fecha fue el punto de inflexión de la intolerancia y el absolutismo ético. Los intentos por debatir temas morales surgidos a posteriori de este régimen de facto, arrastraron el prejuicio y el miedo internalizado por el “terror institucionalizado”. Pesada carga ésta que soporta el ciudadano argentino y que todavía entorpece el fortalecimiento de una visión más comprensiva y liberadora de los aportes que se realizan en el campo de la Ética.
El presente de nuestro país nos enfrenta a la necesidad de legislar sobre un relevante problema social, el aborto. Este complejo tema trae aparejado múltiples enfoques desde donde abordarlo y exige un debate esclarecedor con el objeto de establecer normas adecuadas para beneficiar y proteger a la comunidad toda, sin satisfacer sólo el deseo de algunas parcialidades. ¿Cómo asumir con madurez una discusión signada por el paroxismo? ¿Cómo hacer posible un diálogo abierto en el marco del respeto y la tolerancia del semejante?
El absolutismo ético, inspirado en un descontextualizado imperativo categórico kantiano, o el extremo relativismo, fundado en los postulados del acérrimo individualismo,  no serían los mejores referentes a los cuales apelar para tratar esta temática en el marco del respeto. La síntesis superadora de estos opuestos concluiría en lo que algunos autores denominaron “absolutismo hipotético”, una norma con carácter absoluto pero fruto del consenso de toda la sociedad.  Esta forma racional de afrontar un problema que afecta a importantes sectores de nuestra población, borraría en términos de Erich Fromm, todo vestigio de una ética autoritaria y abriría el camino hacia una ética humanista.  La comunidad es la que debe asumir la responsabilidad de elegir lo bueno y aborrecer el mal para ella. La imposición categórica de normativas apelando a un fundamento que pretende superar el marco racional, no es más que utilizar la Fe como recurso de protección de intereses sectoriales que benefician a corporaciones con vocación de dominio.
En lo que refiere más específicamente a la cuestión del aborto, en Argentina en particular como en el Tercer Mundo en general, es un debate pendiente.  Más allá de las presiones de los sectores más conservadores, los países más poderosos del capitalismo occidental poseen legislaciones que protegen más integralmente a las personas. ¿Por qué razón en los países periféricos se trata de impedir la discusión sobre estos problemas y se imponen criterios verticalistas sin debate y sin siquiera tener en cuenta las necesidades de la sociedad? Los índices de mortalidad femenina por abortos clandestinos marcan una profunda diferencia entre la “Periferia” y el “Centro”, la cifra de muertes se multiplica por mil en los países pobres.  ¿Será que la imposición de una moral autoritaria en las regiones empobrecidas responde a otro aspecto de la dominación? ¿Será una forma más refinada y subrepticia de ejercer el imperialismo?
Por otra parte, cuando en nuestro país nos encontramos con situaciones límites como las vividas por las familias de Guernica y Mendoza, queda en evidencia nuestra incapacidad para analizar objetivamente esta problemática, y con un alto grado de irracionalidad y soberbia, se juega a ser Dios para juzgar el sufrimiento de los otros. Desde ya, un “dios” poco comprensivo y con vicios intolerantes típicos de los débiles humanos. Además, cuando estos casos fueron abordados por los medios de comunicación, la información no pasó de ser un sensacionalismo sensiblero que mostró la cuestión sin sobrepasar los límites de la superficialidad. Pocos fueron los que examinaron el tema desde la violación, y por ende, desde el ángulo del padecimiento femenino del problema. Existe siempre en el tratamiento de estos casos una intención tácita de obviar, de silenciar la palabra de la mujer respecto a su decisión en la procreación. Pareciera, avalando palabras de Jacques Derrida, que la sociedad occidental arrastra desde su “cuna” un exacerbado “falogocentrismo”,  una falacia de ascendencia greco-latina en la que se apoya, quizás sin saberlo, el discurso de la mayoría de los que se oponen al debate sobre el aborto. Desde allí, se niegan al diálogo sobre una legislación más protectora de lo femenino bajo la advocación de la defensa de la vida, pero nunca en sus argumentos tienen o han tenido en cuenta la vida de la mujer, ¿la defensa de la vida de quién?
Sería estéril tratar aquí el desacuerdo científico existente respecto del comienzo de la vida humana en toda su integridad, o evaluar el desacuerdo jurídico respecto de si los derechos de un embrión priman sobre las necesidades o libertades de la madre que lo contiene, por lo que el objeto de este análisis está orientado a recuperar un diálogo tolerante que respete y valore la participación de la mujer en este tema, poniendo en evidencia los numerosos casos de irresponsabilidad masculina en materia de procreación.
Resulta inquietante y hasta peligroso observar la forma en que se ejercen presiones para evitar la posibilidad de debatir sobre la cuestión del aborto impidiendo una legislación defensora de los derechos de la mujer. Es más, los integrantes de los colectivos más fundamentalistas, también se oponen a la divulgación de la información sobre métodos preconceptivos o medios preventivos sobre la salud reproductiva. Estas personas pretenden sostener sus descabellados argumentos apelando a la necesidad de “educar para el amor”. El amor es una virtud que se construye en la “praxis” con el “otro”, con el prójimo, no se puede concebir el amor como un sentimiento divorciado de la realidad, o como un don que es patrimonio exclusivo de alguna institución religiosa que establece a través de una regla moral lo que “es amor y lo que no lo es”. Parece gracioso y hasta ridículo escuchar opiniones referidas al amor de pareja, a la educación de los hijos o al ordenamiento de la vida sexual, emitidas por personas que “prometen” no compartir la vida con ninguna mujer, no enfrentar la responsabilidad de criar hijos y no tener vivencias en materia de genitalidad. ¿En qué experiencia se fundamentan sus prédicas? Las mismas no condicen con las vivencias de sus 12 fundadores. El amor supone compromiso, ¿Con quiénes se comprometen estas personas?
Resulta indudable que en Argentina nos debemos un debate sobre este acuciante problema. La comprensión del “otro” se logra mediante un diálogo respetuoso que convierta a ese “otro” en un semejante, no en un ser distinto o en un enemigo. Las imposiciones autocráticas sólo promueven la reacción contraria al amor, generan desprecio y violencia. Los argentinos tenemos una demanda social que resolver, el debate aún está pendiente.           

* Claudio Ponce, Profesor de Historia.

Ferrater Mora, José. Diccionario de Filosofía. Tomo I. Buenos Aires, Sudamericana, 1971. p. 595.
 Ferrater Mora, José y Cohn, Priscilla. Ética Aplicada. Del aborto a la violencia. Madrid, Alianza Editorial, 1982.
 Ferrater Mora, José y Cohn, Priscilla, op. cit.
 Fromm, Erich. Ética y Psicoanálisis. México, Breviarios, Fondo de Cultura Económica, 1980.
 Vassallo, Marta. Un derecho de la mujer en debate. Le Monde diplomatique, Setiembre, 2006.
 Vassallo, Marta, op. cit.
   Término creado por el autor a partir de falocentrismo y logocentrismo para designar la primacía concedida al “logos” y al “falo” como energía esencialmente masculina. Derrida, Jacques – Roudinesco, Élizabeth. Y Mañana, qué…  Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2005.

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